Preámbulo
Vivimos en tiempos de rápidos cambios y de peligro. Mientras demasiados revolucionarios se retuercen las manos y siguen los acontecimientos a ciegas, nosotros nos hemos mantenido al tanto de la época y firmes en nuestra perspectiva. ¿Cómo? Entendiendo desde un principio que el salto de la producción electromecánica a la robótica necesariamente conllevaría el salto de una orden social a otra. El fundamento de todas nuestras relaciones sociales y económicas, cultura y noción de identidad ha entrado en un proceso de cambio—de destrucción y nueva vida. En tales tiempos de transformación fundamental, ninguna teoría ni ideología sirve de guía revolucionaria. Sólo nos puede orientar una filosofía fundada en la ciencia y que clarifique el cambio. La primera etapa del cambio, en que aparecen el antagonismo y la polarización, ya se ha adentrado en todas las esferas de la vida.
Sea de la izquierda o de derechas, el pueblo se disgusta cada día más con el gobierno y cree en él cada día menos. Se están reuniendo todos los elementos para una convulsión social.
El pueblo está respondiendo, pero no comprende ni la raíz del problema que enfrenta ni la realidad del fascismo que lo va envolviendo.
Por su parte, los revolucionarios no pueden comprender esta coyuntura histórica y sencillamente siguen como siempre.
El fin del capitalismo
La crisis financiera, engendrada por la creciente utilización de la robótica en la producción industrial, sigue reforzando su control a nivel global y en el país. La crisis cíclica del subconsumo crece. La producción automatizada saca del mercado la mercancía hecha con mano de obra. Este proceso reduce los salarios al costo de la producción automatizada. Toda producción laboral, incluyendo la de los obreros mismos, se vuelve superflua. Producción sin precedentes, necesidad sin precedentes—así se describe nuestra época. La revolución electrónica en la producción junto a la crisis cíclica dan lugar a un colapso jamás visto del sistema capitalista.
Mientras la electrónica reemplaza la fuerza de trabajo, el dinero—en lugar de la producción—se utiliza para crear más dinero. Cuanto más se emplea la electrónica, menos valor tiene el dinero. Al dejar de expresar el valor de cambio, éste se convierte cada vez más en un instrumento para la especulación en vez de invertirse en la producción. Sirve cada vez menos para pagar los salarios. Esto da lugar a una polarización entre riqueza y pobreza sin precedentes. Mansiones valoradas en los cientos de millones y una deuda nacional de trillones ponen de manifiesto el fin del dinero como expresión de valor.
Bajo estas condiciones, ¿qué serán de la producción y el intercambio? La clase capitalista se ha mostrado incapaz de dirigir. Se presagia el final del capitalismo.
El fascismo
Actualmente, el fascismo—la fusión de las corporaciones y el Estado—es el reflejo objetivo de una revolución económica que está destruyendo los cimientos del propio sistema de propiedad privada. Aunque hay aspectos subjetivos en el desarrollo del fascismo—gestiones deliberadamente elaboradas por la clase gobernante—el fascismo que estamos viviendo en Estados Unidos y fuera del país no se debe a una decisión subjetiva de la clase dominante, sino al proceso económico, del cual el fascismo es una manifestación objetiva. Al transformarse la base económica de la sociedad, la superestructura social y política que sostiene, y que la refleja, necesariamente se transforma.
Este proceso abarca elementos distintos pero a la vez relacionados entre sí. Primero se desarrolló el fundamento objetivo del fascismo, sus aspectos económicos, hoy día bien establecidos y evidentes en la unión de las corporaciones y el Estado. Se han aprobado y están en vías de aprobación otro sinnúmero de leyes para refrenar el recrudecimiento de la lucha popular. Estas leyes están transformando la estructura legal para mejor proteger los intereses de las corporaciones y la clase dominante y excluir al pueblo norteamericano.
El crecimiento de una nueva clase de proletarios amenaza la propiedad privada. La clase dirigente no puede permitir que el pueblo participe en la dirección del país. Hasta la democracia limitada que hemos tenido se ve obligada a ceder ante la dictadura de las corporaciones.
La clase gobernante ni puede darle marcha atrás a la tecnología ni puede salvar el sistema capitalista. Ahora, el mundo está perpetuamente en pie de guerra. Se militarizan las economías y sociedades del mundo. La guerra nuclear es una amenaza constante. La catástrofe ecológica está destruyendo el planeta. La clase gobernante se ve obligada a hacer frente a las consecuencias sociales de una profunda desigualdad en que la polarización entre la riqueza y la pobreza ha alcanzado proporciones obscenas. Ochenta y cinco individuos son dueños de tanta riqueza como la mitad más pobre de la humanidad—3.5 mil millones de personas. Para mantener el control sobre el auge de luchas que brotan por todo el planeta, incluso en los EE.UU., sus tácticas necesariamente pasan a la ofensiva contra el pueblo. Se ven obligados a asegurar los medios de controlarlo.
La policía está golpeando hasta la muerte a la gente; se patrullan las calles con tanques; y el gobierno persigue a los que protestan. Somos testigos de la creación de un nuevo mundo en que un creciente sector del pueblo norteamericano se considera inútil, como que no vale nada.
Esta ofensiva—lo que llamamos la cara social del fascismo—es una confesión de debilidad y no una prueba de poder. Nos muestra que la clase gobernante es tan débil que tiene que recurrir a la fuerza, sin disfraz y descaradamente, para imponer si quiera un mínimo de cohesión social.
Actualmente, no hay ninguna posibilidad de “derrotar el fascismo” y “restaurar la democracia”. No hay reforma posible. Con la constante eliminación del trabajo humano en la producción, las contradicciones en la economía han llegado a tal extremo que la unión de las corporaciones y el Estado necesariamente tomó la vía de impedir el colapso del sistema capitalista. La vieja sociedad se derrumba ante fuerzas objetivas. El único modo de tener una verdadera democracia y acceso a las necesidades básicas es luchando por el futuro, por una sociedad cooperativa.
La nueva clase y los desposeídos
Cada paso que toma la clase gobernante empeora las cosas. Tiene que seguir desarrollando la tecnología y produciendo más con cada vez menos fuerza laboral. A su vez, se está creando cada vez menos valor y más dinero en todo el mundo. Por todas partes, la globalización está perjudicando el sistema de soborno social.
Los avanzados medios de producción están creando un nuevo proletariado, un sector emergente de la clase trabajadora. Es una nueva cualidad en sus entrañas. Constituye una tercera parte de los trabajadores y la mayoría son trabajadores de contingencias, a salario mínimo o por debajo del mínimo y a tiempo parcial. Este sector de la clase, con empleo, cae constantemente en las filas en aumento de los desocupados, abarcando desde el desempleado por razones estructurales hasta el que vive en la pobreza extrema, los trabajadores sin hogar.
A diario quedan más fuera de la relación trabajador/capitalista. La emergente clase se ve obligada a luchar por una nueva sociedad que sea dueña de los medios de producción y en que el producto social se reparta según la necesidad. El verdadero programa de esta nueva clase es abolir la propiedad privada, y este programa comunista favorece los intereses de toda la sociedad.
El papel histórico de esta clase es unir a todos los que se puedan y dirigir la sociedad hacia un nuevo mundo. Su capacidad para lograrlo dependerá de que cobre conciencia de sí misma como clase y de su misión histórica.
El mundo está en constante movimiento. La política revolucionaria se adapta al cambio. Todo cambio económico conlleva un desplazamiento en el centro de gravedad político. Los revolucionarios se concentran en el centro de gravedad actual y lo siguen. Al irse formando la nueva clase, que emergió con la producción electrónica, los desarraigados y los recién desempleados representaban ese centro de gravedad.
Actualmente, la electrónica ha evolucionado al punto de influir la política norteamericana. El sector sobornado de la clase obrera industrial y una rama de la intelectualidad ataban las masas a la clase capitalista. La destrucción de este sector intermedio es de suma importancia política. Esta rama de la nueva clase, recientemente desposeída, es educada, tiene consciencia social y está acostumbrada a la organización. Constituye el centro de gravedad en la actualidad. Nuestro programa es el programa de la nueva clase; nos concentramos en el sector de los recién desposeídos.
La meta de los que gobiernan es impedir que la revolución adelante en base a la lucha de clases y asegurar que no se consolide la nueva clase. Acuden a cualquier ideología histórica que haya dividido la clase explotada. A la vez, la magnitud sin precedentes de la igualdad de pobreza está forjando la base de una verdadera unidad de clase.
Restringida por la ideología, la Izquierda política de Estados Unidos está confundida en cuanto al papel cambiante de la raza. Los cambios en la economía le presentan a la clase gobernante el problema de cómo mantener a la clase trabajadora dividida.
La raza es un concepto político, no científico. Se usa como medio de identificación y se puede emplear políticamente según la necesidad. Los cambios irreversibles en la economía mundial, que toman la forma de la globalización, no son compatibles con la idea de la raza como cuestión de color de la piel. La identificación racial en base a la tez de la piel se va sustituyendo por una identificación en base a la cultura y la clase socioeconómica.
Una nueva etapa del movimiento
Al vivir bajo una pobreza en aumento y ante la negativa del gobierno y los políticos a atender sus quejas, los trabajadores están perdiendo la fe en el gobierno y empiezan a rechazar el sistema político. Éste es un paso necesario en su desarrollo como clase y su independencia de la clase capitalista. Ya no basta simplemente lanzarse a la lucha. Los trabajadores empiezan a proponer programas que reflejan su propio interés. Esto representa un fenómeno fundamentalmente nuevo para la revolución en Estados Unidos.
Bajo estas condiciones, es inevitable que surjan terceros partidos. No serán simplemente una u otra de las agrupaciones actuales, sino que emergerán del amplio movimiento social en el mismo proceso de su desarrollo.
Las exigencias de la clase son objetivas. El pueblo no tiene la opción de darse por vencido y encerrarse en la casa. Necesita vivienda, alimentación, atención a su salud y otras necesidades vitales. Sus reclamaciones empiezan a entrar en conflicto con el Estado, que no le permite asegurar las necesidades básicas. De hecho—si no con plena consciencia—este movimiento está luchando para apropiarse de propiedad capitalista con que alimentarse, vestirse, albergarse y cuidarse.
Diariamente, la clase imperante muestra su incapacidad para manejar las enormes fuerzas productivas creadas por tecnologías cualitativamente innovadoras. Para proteger la propiedad privada, el Estado tiene que asumir control de la economía, es decir, nacionalizarla. La batalla final del proceso revolucionario se dará por el control del Estado, en gran parte debido a su control de la economía. La nacionalización preparará el camino para esta batalla, que se dará no contra miles de capitalistas dispersos sino contra el Estado. La nacionalización plantea la cuestión de a qué clase sirve el Estado y se convierte en sí en terreno de lucha que facilita la concienciación de la clase.
Las exigencias por nuevas soluciones surgen al darse cuenta el movimiento de que el Estado no va a atender sus reclamaciones. El trabajo de los revolucionarios en este proceso es desarrollar las etapas de conciencia en la misma línea de marcha de las luchas económicas a la lucha política unificada en contra del Estado. Dentro del movimiento en auge, esta tarea requiere amplia propaganda ofreciendo una visión de lo que es posible y una estrategia para realizarla.
Derrotemos la estrategia del enemigo
Cualquier modo de planificación, sea de una corporación, una unidad militar o una organización, tiene que empezar con una evaluación de las condiciones. Estudiamos la relación de fuerzas, las estrategia y tácticas y puntos débiles y fuertes del enemigo y los de nuestro campo. Una vez que comprendemos la situación que enfrentamos, hablamos de qué hacer y cómo lograrlo. Este enfoque les permite a los revolucionarios pensar estratégicamente sobre lo que hace la clase gobernante y, para derrotarla, cómo manipular los procesos objetivos en curso.
Trátese de una guerra militar o una guerra política, no es posible derrotar al enemigo sin imponerse a su estrategia. No se gana la guerra sencillamente atacando sus tácticas. Entrar en la batalla sin ofrecer una visión de lo que es posible en estos momentos sería dejar a nuestra clase indefensa.
¿Y cuál es actualmente la meta estratégica de la clase gobernante? Es proteger la propiedad privada. Quiéralo o no, se ve obligada a abandonar el sistema capitalista porque hay fuerzas objetivas que están acabando con él tajantemente. La clase gobernante está consciente de que no puede seguir como antes. Sabe que no puede seguir creando dinero sin crear valor social, una situación en que el pueblo de todas partes se empobrece cada vez más mientras abunda el dinero en el mundo.
Si estudiamos la historia mundial de los últimos milenios, vemos que una y otra vez se abandonó un sistema y se luchó por otro. El feudalismo, la esclavitud y el capitalismo son etapas cuantitativas en el desarrollo de la propiedad privada. Pero en sí no son estratégicas. El objetivo estratégico ha sido mantener la propiedad privada. Si los capitalistas tienen que cambiar la forma para salvar la esencia, ya han comprobado que lo harán. Lo están haciendo ahora mismo. Mientras atropellan los derechos y el nivel de vida de las masas, están desarrollando, paso a paso, un nuevo sistema basado en la propiedad privada.
Las tareas de la Liga
Estratégicamente, el enemigo está a la defensiva. El mundo entero se ha integrado al sistema capitalista. Medios de producción cualitativamente nuevos están destruyéndolo. El capitalismo sólo puede existir mientras se extiende y ya ha alcanzado los límites de su expansión. Tácticamente, el capitalismo ha tomado la ofensiva. Su propósito es impedir la unidad de los trabajadores en torno a una causa en común.
Estratégicamente, nuestra clase ha pasado a la ofensiva. Esto se debe a que los medios de producción cualitativamente nuevos están destruyendo el sistema capitalista y creando la base para un mundo sin propiedad privada. Tácticamente, la clase está a la defensiva, preocupada por defender lo que tenía porque desconoce lo que es posible.
Los revolucionarios entienden que el triunfo de nuestra clase depende de que pase de la defensiva, o sea, de la defensa del sistema capitalista y lo que una vez tuvo, a la ofensiva, es decir, a la lucha por una sociedad cooperativa, ahora factible.
La última trinchera de la clase capitalista es la defensa de la propiedad privada. Por tanto, es a partir de aquí que tenemos que orientar todas nuestras tácticas. Hay sectores de la intelectualidad que ya están cuestionando el capitalismo, así que este enfoque no tiene que ser el de los revolucionarios. Pero sí podemos aprovecharnos de esta apertura para lanzarnos a la ofensiva con nuestras tácticas. Queremos contribuir lo que los demás no pueden.
Atacamos el sistema de propiedad privada. Señalamos la necesidad de derrocar esta vez la propiedad privada y convertir sus inmensos medios de producción en propiedad pública.
El ataque contra la propiedad privada no puede tener éxito si no tenemos una visión de lo que es posible. Es la visión de un mundo en que nadie se ve obligado a pelearse con el prójimo por el pan diario de la existencia, en que los principios orientadores son la cooperación y la satisfacción de las necesidades de la humanidad, en que se satisface la más profunda sed del pueblo por la paz.
Los revolucionarios enfrentan serias dificultades: la base del fascismo está lista y sus rasgos políticos y sociales se van configurando a la vez que emerge un movimiento antifascista sin ninguna posibilidad de éxito a menos que reconozca que la solución es el comunismo. No obstante, estas realidades tienen que orientar nuestras tácticas.
El primer paso es convencer al pueblo norteamericano de que realmente se puede poner fin a la propiedad privada. Nos podemos inspirar con el famoso dicho de la ex esclava y abolicionista Harriet Tubman cuando dijo, “Liberé a mil esclavos. Pudiera haber liberado mil más si sólo hubiesen sabido que eran esclavos.” Los obreros no se dan cuenta de que son esclavos. Para liberar a los esclavos, hay que empezar haciéndoles ver que lo son.
Y sólo es posible si los revolucionarios tienen una solución. Antes, era sectario decir que el comunismo era necesario. Actualmente, no es una propuesta sectaria, sino la solución pragmática a los problemas que enfrentan los trabajadores. El comunismo es la propiedad pública de los medios de producción socialmente necesarios y la distribución del producto social según la necesidad.
No es un proyecto ajeno, sino la expresión de los más profundos anhelos del pueblo: liberarse de las cadenas de la explotación, asegurar la capacidad de cada individuo de contribuir a la sociedad, vivir libre de la miseria y esperar mejor vida.
El pueblo norteamericano ha luchado por este sueño, pero sólo se ha realizado a medias. Hubo un tiempo en que los colonos norteamericanos adoraban al Rey Jorge. Cambiaron las condiciones de vida e hicieron una revolución para deshacerse de las monarquía y dominación inglesas. Hubo una vez en que los norteamericanos aceptaban la esclavitud. Las condiciones cambiaron. Comprendieron que tenían que poner fin a la esclavitud e hicieron una guerra para lograrlo. Hoy vuelven a cambiar las condiciones. Las nuevas tecnologías permiten hacer realidad el antiguo sueño por el cual han luchado generaciones de norteamericanos.
Sólo se podrá impartir esta visión con una amplia campaña de propaganda. Tenemos que adentrarnos en la vida de los trabajadores. Tenemos que hacerles llegar el mensaje que es posible poner fin a la propiedad privada y mostrarles no sólo que se puede crear una sociedad cooperativa, sino que es la única solución práctica a los problemas que están viviendo.
La causalidad es la piedra angular filosófica de nuestra organización. Nuestro entendimiento de que los eventos actuales constituyen la base de los eventos por venir exige que no sólo examinemos cuidadosamente el presente, sino que nos aprovechemos de este conocimiento para prepararnos para el futuro. La progresión de los eventos políticos sigue un proceso dialéctico, es decir, de etapas cuantitativas a etapas cualitativas. No es posible responder a los cambios cualitativos sin ajustar la manera de pensar y actuar a cada etapa cuantitativa del proceso.
Hasta el momento, los eventos del último período nos han dado la razón. Es fundamental para el análisis de la Liga que una nueva fuerza motriz—el microchip—ha permitido el desarrollo de nuevos medios de producción que están destruyendo el valor como base del intercambio. La producción sin valor está marginalizando a una nueva clase de proletarios que no puede existir sin la distribución según la necesidad. La destrucción del valor y el surgimiento de una clase comunista han desplazado al partido comunista—la expresión subjetiva del movimiento objetivo—de una base ideológica a otra que es concreta y pragmática, es decir, política. El antiguo partido comunista ha quedado obsoleto y hay que reemplazarlo con un partido comunista práctico, político, que represente la dinámica de una clase comunista real. Tal partido no existe. La historia no puede avanzar sin él. ¿Cómo se ha de construir? ¿Qué tipo de organización es necesaria para construirlo? Éstos son algunos de los problemas que la creciente dinámica social les plantea a los revolucionarios.
No se ha hecho nada en Estados Unidos salvo a manos de grupos pequeños, pero han sido grupos pequeños que han dependido de enormes procesos en marcha. Si somos capaces de entender esta dialéctica, podremos hacer algo importante en la historia.
¡Hasta la victoria!