Mientras el pueblo sigue lidiando con la pandemia, las mujeres se encuentran de forma desproporcionada en las filas de trabajadores esenciales y las mujeres de color, aun más todavía. Los trabajadores esenciales incluyen los de la salud, los hogares de ancianos, las escuelas, el transporte, restaurantes, tiendas de comestibles y otras tiendas. Muchos se ven mal pagados, subestimados y, como trabajadores, con sus derechos limitados. Poco más de uno de cada diez pertenece a un sindicato.
Las mujeres trabajadoras están en la primera línea de la lucha revolucionaria exigiendo que el gobierno cumpla con nuestras necesidades básicas y acabe con el auge de la brutalidad policial. Forman parte de la nueva clase de trabajadores en el país y el mundo y encabezan los movimientos contra el desalojo, por la toma de hogares en manos del estado y las corporaciones y en apoyo al movimiento de Black Lives Matter (BLM). En muchos sectores, la electrónica está descartando la necesidad de mano de obra, los robots sustituyendo a los obreros, creándose una nueva clase social. Está compuesta de trabajadores independientes, otros con salarios mínimos o por debajo del mínimo y los que trabajan a tiempo parcial, en conjunto representando más del 40% de la fuerza laboral. Los que tienen trabajo se ven constantemente arrastrados a las crecientes filas del desempleo, desde los desempleados por cambios estructurales hasta la gente totalmente indigente y sin techo.
El sector de la atención médica
Durante la crisis, el personal de atención médica ha estado trabajando en el frente sin parar. Muchas enfermeras y miembros del personal de hospitales han muerto por falta de protección adecuada, tal como la mascarilla. Algunos se han mantenido apartados de su familia por miedo de contagiarla. La comunidad médica ha participado en manifestaciones solicitando equipo y que se contrate más personal.
Los asistentes de salud a domicilio reciben poco más que el salario mínimo. De cada diez, ocho son mujeres. La mayor parte no tienen seguro médico. De las 5.8 millones de personas de este sector ganando menos de $30,000 al año, la mitad no son personas blancas y el 83% son mujeres. Ellas representan el 73% de los trabajadores de salud en EE.UU. que han sido infectados con COVID-19.
En los centros de cuidado a largo plazo vive menos del 1% de la población norteamericana, pero en ellos mueren el 40% de las víctimas del COVID-19, revelando fallos fundamentales en cómo el país cuida a sus ancianos. Han muerto más de 100,000 residentes y empleados de asilos de cuidado a largo plazo debido al virus. Por mucho tiempo, morían por falta de equipo apropiado, poco equipo protector y no hacerles la prueba a los residentes y el personal, o no lo suficiente.
Como no hay un plan nacional para hacerle llegar provisiones médicas a los estados, los funcionarios estatales tienen que competir entre sí por los suministros. Como no hay reglamentación de control de precios, las corporaciones sacaron jugosas ganancias. Un análisis de la Associated Press muestra que los estados gastaron más de 7 mil millones de dólares en equipo protector personal, tales como mascarillas, guantes, batas de hospital y ventiladores. Algunos estados pagaron hasta $11 por cada mascarilla N95, que se vendían a 50 centavos antes de la pandemia. A menudo los suministros iban a quien más pagara, hasta cuando otros ya los habían pedido.
En California, el sindicato SEIU-121 informó que más de 2,400 enfermeras amenazaron con irse a la huelga por las condiciones inseguras en esta época de pandemia. Por la misma razón, en muchos estados los educadores se han negado a enseñar en persona. No se han visto planes para esterilizar las escuelas, exigir el uso de mascarillas y separar los escritorios, asegurando el distanciamiento social.
Casi el 77% de los educadores son mujeres, y ellas han sufrido el impacto emocional de la pandemia. Muchas tienen que prepararse más horas para enseñar en línea. Además, viven el sufrimiento emocional de sus estudiantes al perder un familiar o cuando ellos mismos pierden un ser querido.
Las “Rosie, la remachadora” de nuestros tiempos
Más de 38 millones de personas viven en la pobreza. Uno de cada 10 norteamericanos dice que no tiene suficiente para comer. Aun siendo el país más rico del mundo, los EE.UU. no tiene una red de seguridad para ayudar a la gente. En marzo y diciembre de 2020, el plan gobermental para la pandemia ayudó a algunas, pero hubo quien no recibió nada, no calificando por su ingreso. En fin, demasiado poco y demasiado tarde.
Se ha declarado como esencial uno de cada tres empleos desempeñados por las mujeres, que permite que el país siga en marcha. Con tantas escuelas cerradas, las madres solteras también tienen la carga de cuidar a sus hijos las 24 horas.
Durante la Segunda Guerra Mundial, en la que participaron la mayor parte de los hombres, las mujeres ingresaron en la fuerza laboral. Hacían falta, pero muchas no podían trabajar por falta de cuidado infantil. Si trabajaban, había mucho ausentismo por situaciones que no permitían dejar solos a los hijos. Al final, los patrones se dieron cuenta de que el cuidado infantil era realmente necesario.
Se han comparado las mujeres que trabajan durante la pandemia con las que trabajaron durante la Segunda Guerra, con los esposos prestando servicio en ella. Estas “Rosie, la machadora” eran trabajadoras esenciales, algunas hasta trabajando con la criatura atada a sus espaldas por falta de cuidado infantil.
En 1942 se establecieron centros infantiles de emergencia. Pero se cerraron al terminar la guerra, quedando guarderías caras, que muchas mujeres no podían pagar. Hoy hacen falta hogares de cuidado infantil asequibles. Hay casos de trabajadoras esenciales dejando niños pequeños en la casa sin supervisión. También hay ejemplos de mujeres formando un colectivo, tomándose turnos para cuidar los hijos.
Desde 2011 en EE.UU. ha aumentado dramáticamente la llegada de mujeres inmigrantes con sus hijos, escapando de condiciones desesperantes. Pero para 2021, el gobierno de Trump ya había reducido la inmigración legal en un 49%. Eso perjudica a refugiados, empleadores y norteamericanos que quieren vivir con sus cónyuges, padres o hijos. También afecta el crecimiento económico y la fuerza laboral del futuro.
En California, las mujeres llevan la del- antera en la toma de hogares vacantes del gobierno o de especuladores. Durante la pandemia, familias viviendo en coches, refugios y otras condiciones inseguras tomaron estos hogares para poder mantenerse en cuar- entena y saludables. Diversos grupos por todo el país demandaron una moratoria sobre los desalojos, finalmente obligando al Congreso a declararla.
Con el apoyo de otros grupos de- fendiendo el derecho a la vivienda, LA Reclaimers tomó casas vacantes en East LA y otras zonas de California. Son gente de color trabajadora que se quedaron sin hogar por no poder pagar los aumentos en la renta. Dominique Walker, del gru- po de madres pro vivienda en Oakland, CA, Moms 4 Housing, sostiene que la vivienda es un derecho y que los tribu- nales tienen que reconocer el derecho a tomar dichas casas. Claudia Lara y Janil Hernandez dijeron que estas familias tienen miedo de que la policía puede ir- rumpir, peligrando sus vidas.
En las últimas décadas, la mujer también ha jugado un papel fundamental en el movimiento por los derechos civiles y humanos. En respuesta al abuso de la policía, Alicia Garza, Partisse Cullors y Opal Tometi fundaron Black Lives Matter (BLM). Alicia Garza dijo, “Hemos visto grabado cómo matan a miembros de nuestra comunidad y familias”. Ellas establecieron el movimiento BLM en EE.UU. en 2013 cuando se rindió el veredicto de no culpable a George Zimmerman después de dispararle y matar a Trayvon Martin, un joven negro desarmado. En 2020, además de George Floyd, la policía mató a Breonna Taylor, una joven negra, técnico en emergencias médicas, muerta a tiros en su propio hogar, incitando las protestas masivas demandando el fin del terror policial. Participaron millones de norteamericanos. Muchos siguen peleando.
Un paso reciente positivo es el desarrollo de una vacuna que ayuda a proteger la gente contra el coronavirus. Pero mucha gente de color vacilan en ponérsela por miedo a ser utilizados como conejillos de Indias, como lo hizo el gobierno de 1932 a 1972 en Alabama en el Estudio Tuskegee sobre sífilis.
La Dra. Kizzmekia Shanta Corbett, médico afroamericana y entre los investigadores principales de la vacuna de Moderna, comprende la desconfianza de la comunidad negra. Conoce bien la historia de injusticia contra esta comunidad con respecto a los servicios médicos y que “hay que recuperar la confianza poco a poco”. A su favor cuenta que la comunidad sabe que ella lleva años estudiando esta vacuna.
Las mujeres dirigen la lucha por el cuidado infantil universal, la atención médica, la educación, el alojamiento y otros cambios sociales. El verdadero programa de la nueva clase social en que la mujer juega un papel de mando es la abolición de la propiedad privada y la adopción del sistema comunista cooperativo en provecho de la sociedad entera.
marzo/abril 2021. vol. 31. Ed2
¡Este artículo se originó en Rally, Camaradas!
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