Si hay algo constante en la vida es que todas las cosas están cambiando todo el tiempo. Podremos ser ese pequeño punto azul dentro de un vasto universo, rotando alrededor de su eje cada 24 horas, girando en torno a nuestro sol cada 365 días, pero en el mundo donde vivimos, estamos totalmente conscientes de que no todos los cambios son cíclicos ni son una progresión aritmética sin mayores problemas. Los cambios ocurren por pasos. Suceden cuando se acelera la velocidad y cuando surge una progresión exponencial. La historia humana pasa de una crisis a otra y en cada ocasión estas crisis se resuelven mediante la reorganización revolucionaria de la sociedad. Durante nuestros momentos más sombríos, nos da confianza saber que no todo es un caos y que no se trata de una maldita cosa tras otra. La historia se dirige hacia algún lugar y está en nosotros determinar cuál es el rumbo hacia los intereses de toda la humanidad en este momento revolucionario.
Nos encontramos en medio de una depresión pandémica. Los casos ya han alcanzado 25 millones en todo el mundo y la cantidad de muertos ya se acerca a un millón de personas. Los Estados Unidos ocupa el primer lugar en todo el mundo al respecto, con 6 millones de casos y más de 180.000 personas fallecidas. Esta es la peor pandemia experimentada en los últimos 100 años. El COVID-19 todavía no ha terminado de generar su impacto en nosotros. Esa realidad ha dado paso a una depresión económica mundial que no habíamos visto desde el surgimiento de la Gran Depresión.
En la edición de setiembre de 2020 de la publicación Foreign Affairs, Carmen y Vincent Reinhart escribieron lo siguiente: “La pandemia ha creado una contracción económica masiva, a lo cual le seguirá una crisis financiera en muchas partes del mundo… y esta crisis afectará más profundamente a los hogares de más bajos ingresos”.
El Banco Mundial concluyó que hasta 60 millones de personas en todo el mundo se sumirán en la extrema pobreza. Asimismo, esta institución predice que la economía global se contraerá en un 5,2% en 2020. Por su parte, la Organización Mundial del Comercio calcula que, en el ámbito mundial, el comercio disminuirá entre el 13% y el 32%. Las Naciones Unidas también advirtió que el mundo está enfrentando la peor crisis alimentaria de los últimos 50 años. El Programa Mundial de Alimentos señaló que se calcula que 265 millones de personas podrían estar al borde del hambre cuando finalice el año. Además, un estudio de las Naciones Unidas reveló que una cantidad adicional de 500 millones de personas podrían sumirse en la pobreza,
La historia ofrece su propia solución. La propia crisis da origen al crecimiento exponencial de una nueva clase que no tiene nada que perder, más que sus cadenas. Asha Jaffar, un trabajador voluntario de alimentos en Kenia afirmó lo siguiente: “Con el coronavirus ha habido grandes revelaciones. Se ha develado la división de clases y también se ha expuesto qué tan profundamente desigual es el país”. Lo mismo se podría decir de casi todos los países, incluido los Estados Unidos.
En los Estados Unidos, solo en el segundo trimestre, experimentamos una reducción del 34,8% en nuestro producto interno bruto (PIB). En los seis meses que han transcurrido desde que la pandemia empezó a propagarse aquí, más de 50 millones de trabajadores han perdido sus puestos de empleo y se han visto obligados a buscar beneficios de desempleo. Sin embargo, el Instituto para Estudios de Políticas informó que, durante ese mismo período, la riqueza de 614 multimillonarios aumentó en $584 mil millones.
Esta clase, que gobierna a nuestra sociedad, está encargándose abiertamente del gobierno según sus propios intereses, a costa de los trabajadores que se han visto obligados a sumirse en la miseria. La incapacidad absoluta del gobierno para actuar correctamente no es ninguna casualidad. El mensaje es claro: no se enviará ninguna ayuda.
La crisis está empeorando. La oscuridad se está profundizando tal como sucede al caer la noche. El 31 de julio, venció el beneficio de desempleo de $600 semanales, con lo cual millones de personas se quedaron sin nada, sin saber que es lo que van a hacer para poder llevar alimentos a su mesa. Muchos de estos mismos millones de personas enfrentan el riesgo de hambre e indigencia, pues la moratoria de los desalojos también está llegando a su fin. El Centro sobre Presupuestos y Prioridades de Políticas señala que hay un déficit de $615 mil millones en los presupuestos estatales, lo que dará origen a recortes masivos en la educación, los servicios de salud, los cupones para alimentos y otros programas esenciales para una clase con grandes necesidades.
Aun así, el gobierno continúa manteniendo una postura de indiferencia despiadada hacia las necesidades básicas de una nueva clase de trabajadores empobrecidos. El mensaje que se está recibiendo es que la clase gobernante no tiene ninguna intención de alimentar, albergar o cuidar a aquellas personas que ya no necesita. El Instituto Becker Friedman de la Universidad de Chicago calcula que el 42% de los puestos de trabajo que se han perdido son permanentes. Ya no regresarán.
Según lo explicó Henry E. Siu, de la Universidad de Columbia Británica, durante las últimas tres recesiones experimentadas en los últimos 30 años, más del 88% de las pérdidas de puestos de empleo se experimentaron en ocupaciones que eran altamente automatizables. Como consecuencia de esta eliminación masiva y permanente de trabajos, ha ocurrido un cambio estructural. La economía ha pasado a depender de trabajos temporales a medio tiempo y de empleos de bajos salarios en el sector de servicios. Son estos trabajadores los que han resultado más afectados durante la crisis actual. Estos son los trabajadores de los restaurantes y de los lugares de comidas rápidas, al igual que aquellos que cosechan nuestros alimentos, limpian los hoteles, cuidan a los ancianos, ofrecen servicios de cuidado infantil y entregan los productos que consumimos. Aun en el mejor de los tiempos, ellos luchan por sobrevivir. En momentos de crisis, se sienten abandonados y olvidados.
Son precisamente estos trabadores, esta nueva clase creada por la tecnología automatizada que ya no necesita mano de obra, los que son un rayo de luz en medio de la pandemia. Ello son los que están surgiendo como una fuerza social que ha despertado los levantamientos y las revueltas que surgieron tras el asesinato de George Floyd por parte de la policía y que llegaron a alcanzar proporciones mundiales. Al fondo de la lucha para poner fin al racismo sistémico se encuentra la lucha fundamental para obtener alimentos, vivienda, agua limpia, educación y servicios de salud para todos.
Nunca está más oscuro que cuando va a amanecer y está a nuestro alcance la habilidad de anunciar el amanecer de un nuevo día. Estamos viviendo tiempos revolucionarios. La situación hace un llamado a la reorganización de la sociedad con nuevos cimientos. No podemos llegar a ese punto restaurando lo que había anteriormente, en los viejos tiempos, o al reconstruir sobre cimientos del pasado. Nuestro tiempo hace un llamado a dar un gran paso hacia adelante, a vislumbrar y construir un mundo en el que todos compartamos en un plano de igualdad la gran abundancia disponible para todos aquellos que la necesiten.
A mediados del siglo XIX, se clamó por la abolición de la esclavitud y surgió una sociedad que logró cumplir con la tarea revolucionaria de esos tiempos. Ha llegado nuestro turno. Nosotros, los revolucionarios de nuestra nueva clase, somos los abolicionistas de nuestra época. Se debe abolir un sistema de propiedad privada que afianzó una clase gobernante cuyo tiempo ya ha quedado atrás. Solo así podremos presenciar el final de nuestra oscura noche de crisis y anunciar el amanecer de un nuevo día para toda la humanidad.
julio/augosto 2020. vol.30. Ed4
Este artículo originó en Rally, camaradas!
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