“Cuando en algún país del mundo pueda decirse, mis pobres son felices y no hay entre ellos ignorancia ni aflicción; mis cárceles están libres de presos y mis calles de mendigos; los ancianos no sufren necesidades… el mundo racional será mi amigo, porque seré amigo de la felicidad”. – Thomas Paine, Los derechos del hombre, 1791
Estamos presenciando y somos partícipes de los dolores de parto que darán origen a una profunda transformación. De forma cualitativa, las nuevas tecnologías que reemplazan la mano de obra están desgarrando a la sociedad y provocando una lucha sobre cómo será ésta en el futuro. La lucha se va formando mediante una historia plagada del genocidio de los pueblos indígenas y el dominio de la clase en cuanto a la propiedad, pero los esfuerzos del pueblo estadounidense por la “vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad” también van moldeando esta lucha.
A menudo nuestra historia más arraigada queda en el olvido, o al menos no se le reconoce como deberíamos. No se nos enseña esta historia. La revolución estadounidense de 1776 desempeñó una función sumamente importante en el proceso histórico mundial hacia el progreso humano. Este evento introdujo toda una “época de revolución”, la cual abarcó unos 200 años e inspiró a la revolución francesa de 1789, al igual que a las revoluciones de México, Haití y de diversos países de América Latina. Este proceso llegó a su apogeo con el surgimiento de una ola de insurrecciones de liberación nacional entre la década de los 40 y de los 70 de siglo 20.
La Revolución estadounidense fue una expresión de unos 300 años de profundos cambios económicos y la consiguiente revuelta intelectual. La conquista de las Américas, el auge del capitalismo mundial y el papel fundamental de la esclavitud africana cambiaron para siempre el mundo, dando lugar a un nuevo orden social. A medida que las viejas ataduras comenzaron a romperse, empezaron a manifestarse nuevas ideas en las Américas y en Europa; ideas que no sólo resistieron el orden existente, sino que también vislumbraron uno nuevo. Estas ideas no sólo fueron propugnadas por la naciente burguesía. Las ideas de esta época también inspiraron y movilizaron a las masas empobrecidas y oprimidas.
Estas ideas desafiaron la sumisión a la jerarquía y a los derechos heredados de la monarquía, y también afirmaron los “derechos del hombre”: libertad, igualdad, libertad de religión y un gobierno “del pueblo”. Asimismo, estas ideas albergaron la posibilidad del cambio y aceptaron a la ciencia y la razón por encima de las tradiciones, los dogmas religiosos y las supersticiones. Las nuevas ideas permitieron abrir las mentes de todos al entendimiento, tal como lo aseveró Thomas Paine en su panfleto “El sentido común” de 1776: “Está en nuestro poder empezar el mundo de nuevo”.
Estas revoluciones y las condiciones e ideas que las gestaron cambiaron el mundo para siempre, pero para la mayoría su pleno poder liberador permaneció sin materializarse. En los Estados Unidos, la propiedad privada se mantuvo y con ésta se consagró la esclavitud junto con el genocidio de los pueblos indígenas. Se suprimieron los ideales por los que habían luchado los agricultores, los empleados por contrato, los afroamericanos libres y los esclavos. Pero no pudieron destruirlos.
Existen dos caras de la revolución: una es la manifiesta parte económica objetiva, mientras que la otra es la expresión subjetiva, los propósitos políticos, su causa y la visión movilizadora e inspiradora que se origina. Las revoluciones exitosas logran su causa, pero las condiciones no siempre están lo suficientemente maduras como para materializar realmente la visión revolucionaria — la parte subjetiva social y movilizadora. Esta visión se enunció en la Declaración de Independencia, pero debido a que no se materializó, el surgimiento de otra revolución fue algo que no se pudo evitar.
La gente lucha por sus ideales. La gente lucha por su visión, aun cuando no pueda lograrla. Cada vez que lo hacen ganan al menos una parte por lo que están luchando. A medida que avanza la tecnología, el subsiguiente desarrollo de los medios de producción generan nuevas causas, visiones y demandas entre la nueva generación, las cuales no se pueden satisfacer mediante la victoria parcial que lograron sus antepasados.
Actualmente, volvemos a emprender esta tarea. En este país, está surgiendo un movimiento en contra de la inmoralidad, la violencia y la desesperanza creadas por la clase capitalista y el nuevo orden fascista que ésta se encuentra imponiendo. Al centro de este movimiento se sitúa la exigencia masiva de satisfacer las necesidades más básicas de la vida, tales como alimentos, vivienda, servicios de salud y una existencia cultural.
Inmersa en esta demanda se encuentra una visión de la sociedad que expresa la lucha más profunda del pueblo: su independencia de las cadenas de la explotación, la habilidad garantizada de toda persona para contribuir a la sociedad, el derecho de vivir con las necesidades básicas cubiertas y la esperanza de una vida mejor. Todo esto es la búsqueda de la libertad. Actualmente, los medios cualitativamente nuevos de producción finalmente permiten que sea posible materializar esta visión.
Los revolucionarios no crean nada nuevo, ni inventan o descubren algo. Ellos simplemente expresan en términos generales el carácter y las metas de la lucha, el movimiento histórico que va surgiendo ante nuestros propios ojos. Los integrantes de la Liga enfrentamos el futuro con confianza. Con base en las fortalezas de las luchas históricas del pueblo, mostramos el significado y las posibilidades de la época en la que estamos viviendo. Planteamos una solución a los males de la transformación. Presentamos una estrategia revolucionaria para ganar el poder político y reorganizar a la sociedad con base en el interés del progreso humano.
enero-febrero 2017. vol 27. Ed 1
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