Actualmente la urgencia de que los medios de producción pertenezcan al pueblo y que se distribuya el fruto de su trabajo de acuerdo a la necesidad (no al dólar), no es una cuestión ideológica sino práctica. Un buen ejemplo es la lucha por el agua. El agua es una necesidad para la vida, una materia prima para la producción y, bajo el reino de la propiedad privada, una mercancía puesta a la venta al que más pague. Esta perspectiva del agua como mercancía se aplica hasta a la red de suministro de agua del gobierno (la mayor parte de los sistemas de agua municipales), lo cual plantea la interrogante, ¿quién manda al Estado, y éste, a quién sirve?
Por ejemplo, en Detroit la desaparición de la industria—consecuencia de la automatización y la globalización—ha dejado una secuela de pobreza extrema y miles de hogares enfrentando cortes del agua porque no pueden pagarle al municipio por ella. Sin embargo, a pesar de que la gente muere si no tiene acceso al agua, una corte de Detroit falló que no hay un derecho humano básico al agua. El Director Ejecutivo de Nestle, primero en el mundo en la producción de alimentos, al parecer declaró lo mismo cuando dijo que el agua es una mercancía como cualquiera otra. Cuando a fines de los años 90 una empresa conjunta en la que participa Bechtel Corp. privatizó el suministro público del agua de Cochambamba, Bolivia, hasta se prohibió por ley la recolección del agua de lluvia para uso personal.
Mientras se le niega al trabajador el uso de lo que no puede pagar, la industria y los agronegocios tienen acceso inmediato a toda el agua que quieran, a menudo de lagos y ríos públicos. Fondos públicos pagan por ello, con frecuencia queriendo decir que dejan sin agua a la gente que vive en la zona.
Mientras la computadora y el robot eliminan de la producción la mano de obra, el empleo permanente va desapareciéndose y los salarios disminuyéndose. Esta realidad hace el problema de la accesibilidad a las necesidades básicas uno práctico e inmediato para decenas de millones de personas. A la vez, dado que la aplicación de la nueva tecnología en el proceso de producción está reduciendo los sectores de inversión lucrativos, la clase gobernante se ve obligada a buscar nuevas formas de ganar dinero. Es así que vemos, entre otras gestiones, la privatización de la infraestructura pública, tal como la red de suministro de agua, y que los mega bancos y otros inversores guardan miles de millones para invertir en el agua, valorándola como mercancía. El economista de Citigroup, Willem Buitler, dijo así en el 2011, “En mi opinión, con el tiempo, el agua como una clase de activos se convertirá en la más importante clase de activos de productos básicos físicos y sobrepasará por mucho el petróleo, el cobre, los productos agrícolas y los metales preciosos.” Se ha calculado el valor del mercado de agua mundial en 425 mil millones de dólares. Mientras tanto, se calcula que hasta 3 mil millones de personas pueden que carezcan, para su supervivencia, de agua dulce pura.
La pregunta es clara: si el agua es una mercancía, sea bajo el control de un gobierno corporativo o un dueño privado, y no podemos pagar por ella, ¿aún sobreviviremos? La interrogante antepone duramente los intereses de la masa de la sociedad a los de los inversores billonarios y directamente desafía la propiedad privada de los medios de producción, no en un futuro lejano, sino en el aquí y ahora. Se puede plantear la misma pregunta en cuanto a las demás necesidades básicas, tales como los alimentos, la vivienda, el cuidado de la salud y la educación. El régimen de la propiedad privada asume que hay suficientes personas con trabajo como para permitir la circulación de las mercancías en base al dinero. Pero, ¿qué pasará cuando no queden suficientes empleos? O se convierte la propiedad privada en propiedad pública o morirán millones de personas y, al final, se derrumbará nuestra sociedad. La sociedad se dirige o en beneficio de las corporaciones o en beneficio del pueblo. Es así de sencillo.
El tema de la nacionalización de las industrias o sectores económicos en beneficio del pueblo es un aspecto clave de la discusión. La nacionalización no es una táctica que los revolucionarios sacan de la nada. Es un campo de batalla fundamental en que se lucha por la cuestión central de nuestro tiempo. Cada clase social necesita la nacionalización en su favor. La nacionalización sencillamente quiere decir que el Estado interviene en la economía por algún sector. Cuando la tecnología elimina empleos y, por lo tanto, se disminuye el mercado, los capitalistas tienen que recurrir a la nacionalización para asegurar sus ganancias y su supervivencia como clase dominante. Por su parte, la clase trabajadora depende de la nacionalización en su favor para obtener alimentación, agua, ropa y vivienda.
La nacionalización podría significar, por ejemplo, que el Estado asume control de y directamente dirige una industria, pero, ¿en nombre de qué clase, los capitalistas o los obreros? Lo importante es comprender que, dado su urgencia para ambas clases, la nacionalización es, objetivamente, un campo de batalla en que se enfrentan sus intereses. La lucha por la nacionalización plantea cuestiones que clarifican el camino a la revolución: ¿a qué clase sirve el Estado? ¿Por qué aceptar la continuación de la propiedad privada de los medios de producción cuando queda claro que está destrozando la sociedad? Al ir dándose cuenta el pueblo de que el Estado corporativo no atenderá sus reclamaciones, se sienta la base para transformar la contienda en una lucha por el poder y por toda una nueva sociedad.
Las corporaciones norteamericanas tienen unos dos billones (mil de mil millones) de dólares en efectivo, sin embargo nuestra sociedad no puede usar este capital para satisfacer sus inmensas necesidades. Es una situación absurda. Este capital social es demasiado importante como para quedar en manos privadas, y los medios de producción son demasiados importantes como para seguir en manos privadas. Como cuestión práctica, la propiedad privada tiene que convertirse en propiedad pública en beneficio de la sociedad.
Éste es el segundo artículo de una serie de tres artículos de “Pieza clave” sobre la propiedad privada. Los artículos de “Pieza clave” ayudan a explicar un concepto fundamental del proceso revolucionario, retando al lector a que explore su aplicación al trabajo político en la actualidad.
marzo/abril 2015. vol.25. Ed2
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