Miles de familias en Detroit carecen de agua potable en el hogar, pero las corporaciones tienen acceso casi sin límites a este recurso natural para hacerse de las máximas ganancias. La educación pública en Estados Unidos se derrumba, también rindiendo beneficios para las corporaciones.
Los inversores en fondos tipo hedge sacan provecho de la especulación con el ritmo de derretimiento de los glaciares. La perspectiva de una guerra nos persigue aquí, pero estalla en otras partes. Y los fabricantes de armas gozan de ganancias ininterrumpidas. Ochenta y cinco billonarios internacionales tienen más riqueza que los 3.5 billones de seres humanos más pobres del planeta.
La gente capta que algo en el fondo anda mal, pero no basta darse cuenta del problema. No se puede resolver si sólo se lucha contra sus efectos cuando la causa está por debajo de la superficie. Y allí, hoy día, descubrimos algo nuevo. El problema no es sencillamente el capitalismo. Mas bien son los intentos desesperados de la clase gobernante de mantener y proteger la propiedad privada misma—y los rápidos cambios en los medios que emplean para lograrlo.
La propiedad privada
Para aprovecharnos del potencial revolucionario del momento, tenemos que investigar la propiedad privada, su historia y un futuro sin ella. No es lo mismo que la propiedad personal—una bicicleta o una casa, por ejemplo. Sencillamente, la propiedad privada no es una cosa.
La batalla por el agua en Detroit, Michigan, nos revela lo que realmente es. Decenas de miles de hogares sufren de cortes del agua porque no pueden pagar por ella. Se calcula que para el otoño se les cortará el agua a unas 150.000 personas y a unas 150.000 más para fines del año. Mientras tanto, las corporaciones del agua tienen el camino libre para tomarla de los lagos y ríos circundantes sin pagar nada o sólo lo mínimo. Su negocio es ganar dinero, y por lo tanto se les asegura el acceso al agua.
El agua es un recurso natural. Debe ser propiedad pública y administrada por el bien público. Pero las relaciones de propiedad privada les aseguran acceso al agua a las corporaciones mientras les niega esta fuente de vida a cientos de miles de personas en Michigan, Maine y otras partes.
Las relaciones de propiedad privada de uno u otro tipo han definido la sociedad por lo menos por 5.000 años. Surgieron en tiempos y lugares en que los adelantos en las herramientas le otorgaron a la fuerza de trabajo de un individuo la capacidad de producir más del mínimo necesario para sostenerse. Este excedente podía apropiarse y de ahí emergieron las primeras formas de propiedad privada. El producto de las clases trabajadoras se convirtió en la propiedad privada de las clases ociosas tales como la nobleza y sacerdotal.
Así se iniciaron miles de años de relaciones de propiedad privada, al igual que formas y etapas del Estado para hacer cumplir los intereses y ejercer el poder de las clases propietarias. Estas relaciones de propiedad entraron en juego en cierta etapa y se descartaban cuando un cambio fundamental en las herramientas y las fuerzas impulsoras de la producción requerían nuevas relaciones.
Estamos viviendo tal cambio en nuestros tiempos. Y es profundo. El microchip transmite la capacidad del trabajo humano de tomar decisiones. Al reemplazar la mano de obra viviente en uno tras otro ramo de la producción, el microchip elimina el vínculo dentro de la producción entre los trabajadores y los capitalistas. El capitalismo se define por la compra y venta de la fuerza de trabajo como mercancía. No puede sobrevivir esta nueva fuerza motriz.
En la actualidad, este cambio no es sólo de una etapa o forma de la propiedad privada a otra. Es de tal magnitud que toda forma de propiedad privada queda injustificable. La tecnología que reemplaza la mano de obra crea la base objetiva para la abolición de todo tipo y toda relación de propiedad privada. Sienta las bases para la reorganización de la sociedad en torno a la apropiación colectiva de los medios de producción, con una distribución de acuerdo a las necesidades.
Un cambio estratégico
La clase dominante no puede salvar el capitalismo, pero tiene que defender la propiedad privada. Ésta es la base objetiva para un cambio estratégico en el sentido político—las medidas que la clase dominante se ve obligada a tomar para proteger sus intereses, las formas con que ejerce y retiene el poder político.
En términos objetivos, esta clase está, estratégicamente, a la defensiva. Tiene que proteger su riqueza y mantener la apropiación privada del producto social bajo nuevas condiciones. Intenta proteger y prolongar el derecho de los dueños de la propiedad a mantener el sistema de apropiación privada del producto social, que se funda en el trabajo de otros, el conocimiento y esfuerzo científico de miles de generaciones y los recursos naturales de la Madre Tierra.
Lo que pasa actualmente no se debe sólo al funcionamiento del capitalismo. El capitalismo siempre fue explotador, siempre ha engendrado la desigualdad y siempre ha sido injusto. Pero en las primeras etapas de su desarrollo, el mecanismo del capitalismo—la compra y venta de la fuerza de trabajo, el creciente poder adquisitivo y el mercado—podía sostener el sistema y la sociedad.
Hoy, pasa algo diferente. Cuando las familias de los trabajadores despedidos de la industria automotriz en Detroit no pueden pagar por el agua potable, la clase dominante no puede, como antes, prometer nuevas oportunidades. El mecanismo económico interno del capitalismo se está destruyendo.
La clase dominante tiene el poder político y lo usa de la forma más agresiva y despiadada para proteger las relaciones de propiedad privada. La propiedad privada—la apropiación del producto social—impera gracias al poder del Estado. Las formas de dominio anteriores ceden el paso a medidas más desesperadas. Las fuerzas armadas del Estado se interponen entre las familias de Detroit y el agua que fluye por las tuberías.
Pero las leyes políticas no pueden más que las leyes económicas. En este sentido, la ofensiva de la clase dominante no puede ser más que una táctica.
Las tareas de los revolucionarios
La defensiva estratégica y la ofensiva táctica de la clase dominante sientan las bases objetivas para quitarle la máscara de “neutralidad” al Estado. Un paso clave es comprender que el poder político está en manos de la clase explotadora y propietaria. Esto prepara el camino para que millones de norteamericanos reconozcan que una nueva clase tiene que ejercer el poder político para abordar las necesidades más esenciales del pueblo y corregir las injusticias centenarias.
Pedir que se inscriban votantes y se elijan afroamericanos a puestos políticos no va a apaciguar la indignación por el asesinato de jóvenes a manos de la policía en Ferguson y en otros lugares. Las promesas del alcalde de Detroit de simplificar el proceso de pagar por el agua no atienden la urgente necesidad de las familias a punto de perder acceso a ella.
Pero, ¿qué llenará el vacío que dejan los supuestos líderes que limitan las perspectivas del pueblo a los confines del capitalismo?
Los revolucionarios tienen la responsabilidad de llevar la forma de pensar del pueblo del punto de vista defensivo al ofensivo, de la política de defender migajas a la idea de que los problemas que destruyen la sociedad se pueden y se deben resolver. La solución es sencilla. Es el programa de la nueva clase: la abolición de la propiedad privada y la distribución del producto social en base a la necesidad.
Ha llegado el momento de infundir la confianza de que el mundo no tiene que ser así. Las etapas y formas de las relaciones de propiedad privada aparecen y desaparecen. En una etapa, el capitalismo creció y los dirigentes de este país se beneficiaban de relaciones que permitían que una persona fuera el dueño de otra. En otra etapa, la esclavitud frenaba el crecimiento y desarrollo del capitalismo. La lucha en torno a la esclavitud pasó al campo político. Se escribieron libros; se aprobaron leyes; se libró una guerra; y se abolió la esclavitud.
Miles de años de explotación y desigualdad están desembocando en una catástrofe humana y ecológica. Mas miles de años del conocimiento acumulado de la humanidad también posibilitan un nuevo mundo. El fin de toda forma de propiedad privada puede ser el principio de nuestro pleno desarrollo como seres humanos.
Los artículos de “Pieza clave” ayudan a explicar un concepto fundamental del proceso revolucionario, retando al lector a que explore su aplicación al trabajo político en la actualidad. Éste es el tercero [¿?] artículo de la serie “Para qué la Liga”.
enero-febrero 2015. vol 25. Ed 1
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