Para muchos, podría parecer que el mundo tal como lo conocemos se está desmoronando. Pareciera que las reglas mediante las que vivimos en el pasado ya no son pertinentes. En aquellos lugares donde funcionó, el contrato social se encuentra hecho trizas. Contemplamos un mundo lleno de contradicciones, donde la producción sin mano de obra genera un potencial inaudito de abundancia. Aún así, la gente está condenada a pasar hambre, a morir sin un techo o a no satisfacer sus necesidades básicas por la falta de trabajo. Nuestras libertades están desapareciendo con rapidez y son víctimas de la Ley Patriótica (o Patriot Act, en inglés), del Departamento de Seguridad Nacional y de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA). Como una oveja que va rumbo al matadero, nuestros líderes nos están preparando en mente, cuerpo y alma para una guerra perpetua.
Al momento de la llegada de los europeos a las Américas en el año 1492, Europa todavía estaba sumida en las oscuras épocas del feudalismo, el desaliento y la desesperanza, tal como lo describe Barbara Tuchman en su libro A Distant Mirror [Un espejo distante]. De forma muy similar a lo que sucede hoy, la sociedad se estaba desmoronando. La gente estaba perdiendo su fe en el orden establecido, a la luz de la peste, las guerras incesantes y las insurrecciones campesinas. Agotados por la corrupción y la escisión dentro de la Iglesia Católica, brutalmente reprimidos cuando se alzaron contra los reyes y los señores feudales, muchos estaban atrapados en tradiciones y sistemas rígidos y jerárquicos que sofocaban el desarrollo de la sociedad y el surgimiento de cualquier idea nueva. Para muchos, el mundo era plano, su conocimiento del exterior era limitado y el comercio mundial era la Ruta de la Seda que describió Marco Polo.
El descubrimiento y la subsiguiente explotación de las Américas cambiaron todo. El saqueo y el pillaje del Nuevo Mundo impulsaron el desarrollo del capitalismo en Europa. In 1869, Karl Marx escribió lo siguiente en el primer volumen de su obra El Capital: “El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, la cruzada de exterminio, esclavización y sepultamiento de la población aborigen en las minas; el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la transformación del continente africano en un cazadero de esclavos negros, son todos hechos que señalan los albores de la era de la producción capitalista. Estos procesos idílicos representan otros tantos factores fundamentales en el movimiento de la acumulación originaria”.
El mundo se transformó en un lugar conocible, navegable y explotable que pareció ofrecer a los europeos oportunidades casi ilimitadas. La conquista de América y el impulso del capitalismo transformaron el mundo para siempre, dirigiéndolo hacia un comercio global y un nuevo orden social.
Una nueva división del trabajo
Desde el inicio, se desarrolló la división del trabajo dentro del nuevo mundo, el cual estaba cada vez más interrelacionado. Se esclavizó a algunos grupos, tales como a los aborígenes de las Américas, y se les obligó a formar parte de las misiones o fueron exterminados si no lograban escapar de su cautiverio. Cuando las cantidades de estos grupos se redujeron y no fueron suficientes para satisfacer las demandas de mano de obra que se necesitaba en el Nuevo Mundo, se introdujo a los africanos como esclavos para reemplazarlos. Sus obras se dirigieron principalmente a enriquecer los imperios coloniales de Europa. Tal como lo demostró Eric Williams y su innovadora obra titulada Capitalism and Slavery [Capitalismo y esclavitud], en las Américas, incluida las Indias Occidentales, la esclavitud formó la base sobre la cual se desarrollo el capitalismo moderno en todo el mundo.
Para los europeos comunes y corrientes, la nueva división del trabajo significó que estaban obligados a trabajar a cambio de un salario o pasaban hambre, ya que cada vez más se expulsaba a los campesinos europeos de las tierras, muy similar a lo que sucede hoy, pues a través del NAFTA se ha ido expulsando a los campesinos mexicanos de sus tierras. En aquella época, las florecientes empresas capitalistas necesitaban una gran cantidad de mano de obra barata y disponible con facilidad, al igual que soldados para sus guerras expansionistas. Despojados de las protecciones feudales y privados de la reivindicación de sus tierras, para los ex campesinos el sistema de salarios significó que, a pesar de ser nominalmente libres, éstos se transformaron en esclavos de sus empleadores.
La globalización
Desde el inicio, surgió una diferencia entre las colonias españolas y portuguesas en las Américas, por un lado, y las colonias inglesas por el otro. En su libro titulado Las venas abiertas de América Latina, Eduardo Galeano demuestra que las ex colonias sirvieron como medio para enriquecer a la nobleza, aunque el costo de esto fue el estancamiento del desarrollo industrial de la madre patria, en comparación con el resto de Europa. Este estático sistema feudal y jerárquico, cuyo centro era la Iglesia Católica, se impuso en las colonias españolas y portuguesas a lo largo de América Latina.
La Inquisición española reforzó esta regla y reprimió el disentimiento y la innovación, tanto en su interior como en las colonias. En cambio, los ingleses se vieron obligados a desarrollar un sistema de mercantilismo y posteriormente su propia capacidad industrial. Las características distintivas del protestantismo facilitaron estos hechos.
Durante los años 1600, las colonias norteamericanas se transformaron en el segmento central de un comercio triangular el cual funcionaba entre estas colonias, el Caribe, África Occidental y Europa. Las plantaciones de las Indias Occidentales dependían casi exclusivamente de la mano de obra esclava, ya que el monocultivo del azúcar o del tabaco era más eficaz con una gran cantidad de tal mano de obra que con una menor cantidad de agricultores blancos independientes que producían los mismos cultivos. Los barcos ingleses transportaban esclavos desde África hacia las islas y las 13 colonias les proporcionaban suministros. Se enviaban a Europa cultivos como azúcar, algodón y tabaco, con los cuales se podían adquirir esclavos y bienes terminados para el comercio. Esta división del trabajo permitió que Inglaterra se concentrara en las ganancias relativas a las aduanas, al igual que del envío y el refinamiento de productos. A medida que se desarrolló el comercio y la industria, especialmente en la parte norte de las 13 colonias, la relación colonial con Inglaterra desalentó el consiguiente desarrollo económico de éstas.
Una promesa que todavía hay que cumplir
El Nuevo Mundo ofreció a los colonialistas ingleses la esperanza de un nuevo inicio con libertad religiosa, tierras abundantes y oportunidades económicas. Los puritanos, los agricultores desplazados y los artesanos que estaban en ruinas se marcharon hacia allí, buscando escapar de la rígida estructura de clases que reprimía a sus contrapartes latinas en el Nuevo Mundo y en Europa. Inglaterra toleró y hasta instó a su existencia y desarrollo económico, a las 13 colonias norteamericanas, ya que este país dependía cada vez más de su participación en la nueva configuración del comercio global.
La Revolución Americana surgió a partir de los dolores de parto del naciente capitalismo, en medio del deterioro y la destrucción del agonizante sistema feudal en Europa. No es ninguna coincidencia que tanto la biblia del capitalismo en desarrollo, escrita por Adam Smith y titulada La riqueza de las naciones, como la Declaración de Independencia de los Estados se hayan publicado en 1776. La Revolución Americana se inspiró en una serie de nuevas ideas que surgieron en Europa y que eran compatibles con el nuevo sistema capitalista en desarrollo. En 1679, el filósofo inglés John Locke promovió la visión de un mundo diferente —los derechos naturales y universales del hombre, en particular el derecho a poseer bienes, la gobernabilidad democrática bajo un sistema de pesos y contrapesos, y el derecho de las personas a usar la fuerza contra un ejecutivo que no gobierne de conformidad con tales derechos. En los Estados Unidos, el panfleto que elaboró Thomas Paine en 1776, titulado Sentido común, cristalizó la esencia de las cosas por las que estaban luchando y muriendo los estadounidenses, al menospreciar al Rey Jorge III y la tiranía de los déspotas.
La Revolución Americana sirvió como fuente de inspiración para otras revoluciones en toda América Latina y hasta en Europa. Las noticias sobre su éxito se propagaron rápidamente a lo largo de las Américas, lo cual con el tiempo dió origen a una serie de guerras de independencia en México, Haití y el resto de América Latina. En su revolución de 1789, el pueblo de Francia —país aliado de los Estados Unidos para lograr la derrota de los británicos durante la Revolución Americana— se sublevó contra su monarquía y el orden feudal imperante. En América Latina, las desventajas de las estructuras feudales, la falta de industrialización y posteriormente las intervenciones de los Estados Unidos retrasaron el progreso hacia la visión de todo aquello por lo que se había luchado.
A pesar de la visión de un mundo diferente, prevalecieron otras contradicciones. En los Estados Unidos, los derechos sólo fueron para aquellos dueños de la propiedad que eran hombres blancos. Si bien para el año 1821 ya se había abolido la esclavitud tanto en México como en la mayor parte de América Latina, la misma era tan rentable para los dueños de las plantaciones del sur que las leyes y las políticas de los Estados Unidos la protegieron. La esclavitud como propiedad personal se enconó y se transformó en una industria a gran escala que oprimía a los seres humanos a fin de satisfacer la demanda mundial de algodón. Esto dió origen a guerras de agresión, tales como las que surgieron contra México, libradas con la intención de ampliar el territorio para la esclavitud y contrarrestar la influencia política de los estados del norte que se estaban industrializando. Hubo que librar una guerra civil para poner fin a la esclavitud, y transcurrió otro siglo antes de que se concedieran plenos derechos civiles a los descendientes de los ex esclavos.
La importancia de contar con nuevas ideas
Actualmente, nos encontramos ante una encrucijada. Tal como sucedió en el período revolucionario anterior, todo es confusión y agitación. Todo lo que antes era sacrosanto, ahora está de cabezas. Los nuevos medios de producción han fomentado una crisis económica, algo que es tan trascendental como la propia conquista de las Américas. Los microchips y las computadoras están creando una crisis de índole social y política. No se venden los bienes porque se están reemplazando los puestos de empleo y la gente está hambrienta porque no tiene trabajo. Aún así, hay una abundancia de bienes que no se distribuyen porque la gente no recibe salarios con qué comprarlos. Por consiguiente, enfrentamos la contradicción de observar hambre en medio de la abundancia. Peor aún, enfrentamos guerras incesantes y quizás hasta una catastrófica guerra nuclear, a medida que las potencias mundiales luchan por los mercados cada vez más reducidos para poder vender sus bienes y productos.
Actualmente, enfrentamos una nueva tiranía de corporaciones desalmadas que controlan al gobierno al servicio de sus intereses. Sin puestos de empleo para nosotros, les somos totalmente inútiles. Es por esta razón que están eliminando los beneficios para los desempleados, al igual que las pensiones y las estampillas para alimentos, entre otros servicios sociales.
Al igual que el feudalismo y la esclavitud que lo precedieron, el capitalismo está llegando al final de su camino. El tiempo es oportuno para el surgimiento de nuevas ideas que correspondan a la nueva realidad. Al respecto, la realidad es que necesitamos una sociedad comunal en la que los bienes se distribuyan según las necesidades y no para obtener ganancias. Los medios están al alcance de nuestras manos si nos damos cuenta de nuestro potencial. Podemos poner fin para siempre a la tiranía de la explotación humana.
Si deseamos llegar hasta ese punto, debemos organizarnos para poder lograr la tarea que nos trazamos. Las corporaciones y quienes están a su servicio no nos darán de forma voluntaria lo que necesitamos, al igual que los señores feudales y los reyes en Europa y los dueños de las plantaciones del sur en los Estados Unidos no renunciaron voluntariamente a su poder. Si no asumimos el reto, enfrentaremos un mundo sombrío y desalmado del fascismo. Entonces, la destrucción que ocasionarían la Inquisición española, la Alemania de Hitler y el terror del Ku Klux Klan nos parecerá un juego de niños. Nos encontramos en una posición en la que podemos lograr la visión de paz, libertad y abundancia con la que nuestros antepasados sólo podían soñar.
marzo/abril 2014. vol.24. Ed2
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