La situación económica no es sencillamente otro ciclo de auge y de depresión del sistema capitalista, en el que la industria, las finanzas y la economía global sólo necesitarán unos cuantos meses (o años) más para recuperarse. Este panorama simplemente forma parte de la ilusión que está intentando crear la clase gobernante. La realidad es que las tecnologías cualitativamente nuevas se han propagado en el mundo y han reducido los costos de producción de todos sus elementos, incluidos los obreros. El deterioro y la crisis de la economía sólo pueden continuar, con lo cual es inevitable una mayor polarización de la riqueza y la pobreza.
Ya están surgiendo crecientes disturbios, un clamor por el cambio, varias percepciones de la sociedad y diversos medios alternativos para gobernar la sociedad, tanto de derecha como de izquierda. La forma en que los revolucionarios caractericen y diseminen la verdad sobre estos cambios, a la luz de la agresión de la clase gobernante contra nuestro pueblo, generará efectos duraderos en el rumbo que tomen estas luchas.
El objetivo de la clase gobernante siempre es el mismo, ya sea que estén luchando contra sí mismos en unas elecciones, discutiendo en las sesiones del Congreso, o retando sobre tal o cual decisión sobre las políticas a establecer. El propósito es garantizar su gobierno a cualquier costo y proteger las bases del mismo: la propiedad privada. Cuando luchan entre si mismos, lo estan haciendo únicamente en cuanto a la forma de garantizar ese programa en común.
Para mantener su hegemonía, los Estados Unidos debe continuar dominando los mercados del mundo, pero la globalización ha hecho que esto sea cada vez más difícil. La clase gobernante de los Estados Unidos necesita los medios políticos para efectuar cambios en la economía y la sociedad, a fin de ejecutar este programa. Durante al menos cierto período de tiempo, ellos han convencido al pueblo estadounidense que acepten las constantes guerras en el exterior, la pobreza cada vez más profunda entre segmentos más y más amplios de la población en el país, y la transferencia de la riqueza hacia unos pocos billonarios y multimillonarios. Para lograr todo esto, han recurrido a la consolidación de la fusión de las corporaciones y el gobierno, a fin de mantener el poder corporativo.
La economía mundial está al borde de otro desastre, el cual ya no podrá contenerse mediante ninguna cantidad de préstamos de rescate o de programas de austeridad. La competencia por los mercados ya es feroz. Los Estados Unidos y Europa, al igual que Rusia y las crecientes potencias de China e India forman parte del barullo no sólo para los mercados existentes, sino también aquellos que prometen mayores ganancias a través de la inversión y el desarrollo, tal como en el sur asiático y en el continente africano. Si bien la integración económica global continúa a pasos acelerados, ningún país va a renunciar a sus intereses nacionales. A medida que se reducen las posibilidades y se intensifica la competencia, el choque de los sables, los conflictos limitados y las contiendas comerciales del pasado abrirán paso al estallido de guerras a gran escala. De forma inevitable, esto irá acompañado de la exigencia de la clase gobernante —una demanda para la que han preparado muy cuidadosamente el terreno— de un mayor sacrificio de los obreros, a medida que la riqueza se canaliza hacia los bolsillos de la clase capitalista.
Dirigiendo el Desarrollo Subjetivo
Pero al mismo tiempo, el surgimiento de una economía global y la generalización de la producción que reemplaza la mano de obra mediante ese sistema, al igual que la polarización de la riqueza y la pobreza, han erosionado continuamente los medios históricos de control de los trabajadores. En el pasado, la clase gobernante podía controlar a la clase obrera al recompensar o retribuir a un segmento de la clase con un nivel más alto de vida, beneficios y oportunidades porque la economía se estaba expandiendo y necesitaba a los obreros. Bajo las condiciones actuales, la clase gobernante ya no tiene nada que ofrecer más que los nexos con una ideología y más allá de esto, el poder fascista totalmente materializado para mantener su control de la economía y la sociedad.
Las elecciones reflejaron elementos de todo esto, ya fuera el racismo categórico o la retórica de odio hacia las mujeres que lanzaron los candidatos del Partido Republicano o el diseño de una estrategia electoral, en manos del Partido Demócrata, con base primordialmente en programas separados y políticas de identidad con composiciones de todas las clases. El fomento de la división racial y de otros tipos busca evitar toda concepción de algún interés de clase para que se sitúe en un primer plano.
Pero las condiciones están cambiando y el hecho de menoscabar estos viejos métodos de control está abriendo paso al predominio de una nueva forma de razonamiento —si es que los revolucionarios desempeñan su papel.
En estas elecciones, también observamos la apariencia del “elefante en la habitación”; es decir ese tema del cual ningún candidato quiso hablar —la creciente pobreza e inseguridad de aquellos que han sido un baluarte para el apoyo a la clase gobernante en este país. Su situación apremiante ilustra la forma en que las preocupaciones económicas más básicas se están situando en un primer plano. Las personas necesitan alimentos y albergue, al igual que medios para mantener y cuidar a sus familias. Las personas no pueden alimentarse de ideologías.
Las distintas manifestaciones del recrudecimiento de la lucha social —la huelga de maestros en Chicago, las contiendas en Wisconsin que surgieron el año pasado, la lucha en contra de una ley en Michigan para designar gestores estatales de emergencias financieras, y las diversas batallas contra el cierre de plantas, recortes presupuestarios, cierres de escuelas y ejecuciones hipotecarias de las viviendas— revelan que a medida que las viejas ideas mantienen hasta cierto punto su predominio, la naturaleza concreta y práctica de las cosas por las que se está obligando a las personas a luchar está transformando nuevamente la forma en que se ven a sí mismas y lo que deben hacer.
La afirmación de ambos partidos de que están defendiendo a la “clase media” fue simplemente el mismo método utilizado para enfrentar a un segmento de los trabajadores contra otros, presentado de forma diferente. La defensa de la “clase media” —una categoría ficticia en cualquiera de los casos— enfrenta a los empleados contra los desempleados, permite que sean invisibles los millones de personas que en algún momento tenían algo pero que ahora están luchando para apenas poder sobrevivir, y borra cualquier rastro de sus voces y expresiones dentro de la política actual.
Estas afirmaciones buscan de forma intencional encubrir la realidad económica de este país. No hay clase baja, media o alta. Sólo hay quienes tienen y quienes no tienen. La clase gobernante ha utilizado el reciente proceso electoral para reforzar sus esfuerzos de obstaculizar el desarrollo de la conciencia entre el pueblo estadounidense, cuyos intereses económicos, sus intereses de clase, son opuestos a los de sus gobernantes.
Tanto las condiciones económicas como sociales y el emergente debate para interpretarlas han colocado la realidad de la clase y sus intereses dentro de la agenda. El asunto de los intereses sobre qué clase debe determinar el bienestar del país —los pocos billonarios que pueden contarse con la mano o los millones de obreros— se está situando en un primer plano. El debate no se trata simplemente de las abstracciones, de una ideología o de una buena idea que alguien tuvo. Se trata de lo que es verdadero y real, de lo práctico y necesario. Y la respuesta que se dé determinará el futuro de toda la humanidad.
marzo/abril 2013. vol 23. Ed2
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