Los puertorriqueños han pasado de las protestas y los juicios a la acción física armados con martillos y mazos. La Junta de Planificación había dado a un promotor hasta el 1 de marzo para demoler lo que había construido ilegalmente en terrenos de playa públicos, pero no hizo cumplir su orden, por lo que el 4 de marzo cientos de manifestantes comenzaron a destrozarlo ellos mismos. En las playas de toda la isla se están librando luchas similares.
¿Qué tiene que ver la lucha por la comuna, o tierras públicas, con la respuesta del pueblo trabajador al asalto de sus condiciones de vida y la degradación de su calidad de vida? Y, ¿qué relación tiene esto con la lucha de clases actual? Tenemos que responder a estas preguntas para los Estados Unidos y sus extensiones territoriales imperialistas.
Hoy día, el frente de la lucha de clases en Puerto Rico es la lucha del pueblo por las playas públicas y los litorales, una parte crucial de los bienes comunales. Enfrenta al pueblo, en su inmensa mayoría trabajadores, a los intereses de la propiedad privada. Este espacio público se ve amenazado por inversores de afuera y locales—abogados, médicos, ingenieros, otros profesionales, empresarios de RB&B—que buscan comprar y especular con propiedades e inmuebles. En el proceso, asaltan la naturaleza y los hogares y medios de vida de la población local, que han cuidado de las aguas, las costas y la tierra desde la época de los indígenas taínos, antes de Colón.
En Rincón, en la costa noroeste, los intereses privados ya han dañado terrenos costeros, talado vegetación vital para el ecosistema y vertido cemento tóxico en playas y manglares de los que dependen las tortugas marinas para desovar (poner sus huevos). Todo esto para levantar un condominio y ahora, ilegalmente, poner una piscina privada en la playa pública de Rincón. Esta amenaza ha desatado una feroz resistencia local. Atacan los bienes comunes en alianza con políticos corruptos, bancos, empresas, tribunales y las llamadas fuerzas del orden: la cábala de siempre de depredadores capitalistas y sus sicarios “oficiales”. Las nuevas estructuras, construidas con materiales tóxicos, son dañadas y arrasadas por los huracanes, mientras que las viviendas tradicionales, construidas con conocimientos ancestrales para resistir las tormentas, permanecen en pie.
Lo mismo ocurre en otras comunidades pesqueras costeras. Gente de afuera con recursos, ya sean puertorriqueños o americanos rapaces, están construyendo ilegalmente casas de cemento modernas, susceptibles a las tormentas, en terrenos públicos y reclamando la tierra como suya. La gente de Aguadilla, Salinas, Escambrón, Isla Verde, Luquillo, La Parguera y Bahía de Jobos, en las costas oeste, norte y sur, se enfrentan a la misma amenaza. Pero ya están hartos y, como en Rincón, luchan contra la usurpación de sus bienes comunes. Se van desarrollando docenas de luchas más. Las más de 300 playas de Puerto Rico son dominio público amenazado por la apropiación privada.
La batalla por las playas es la manifestación actual de una vieja lucha entre las masas de trabajadores y la pequeña camarilla de propietarios y sus amigotes comprados. Sus raíces históricas se remontan al germen de las relaciones capitalistas en Puerto Rico, comenzando con el despojo de la tierra (el medio de vida) al campesino. Este proceso comenzó en el último cuarto del siglo XVIII, se consolidó con la incorporación de la isla al comercio mundial (bajo el dominio español y, más tarde, estadounidense) a partir de la década de 1840 y fue acelerado por el capital estadounidense a finales del siglo XIX.
Durante tres siglos, la tierra y las aguas habían estado en manos de los trabajadores. Las autoridades españolas se habían encerrado básicamente en su ciudad fortificada, San Juan. Los esclavos africanos y afrodescendientes huidos, los taínos, los marineros, los soldados y la gente común españoles o europeos, que escapaban de la autoridad, se refugiaron en el interior montañoso de difícil acceso. Allí vivían del suelo fértil, libres, dedicándose al comercio de contrabando con barcos extranjeros en la costa, intercambiando azúcar, ron, jengibre, ganado, carne, pieles, tabaco y cacao por vino, ropa, sal, licores y telas. Los españoles vieron las fabulosas riquezas que estaban obteniendo los franceses con el comercio del azúcar en la vecina Haití (hoy Haití y República Dominicana), a costa de los esclavos. En el siglo XIX, decidieron convertir Puerto Rico, hasta entonces de valor estratégico como puerta de entrada al Caribe y al hemisferio, en una colonia rentable productora de materias primas, principalmente azúcar, pero también café y tabaco.
El proceso de expropiación del jíbaro (campesino) tenía dos objetivos inmediatos: la confiscación de la tierra y el control de una mano de obra muy necesitada. Se retomó la lucha por la tierra, librada primero entre españoles y taínos. La expropiación duró décadas e implicó también el desarrollo de las fuerzas productivas y el surgimiento de una burguesía criolla de ascendencia mixta europea y africana. Eventualmente entrarían en conflicto con el régimen colonial español que obstaculizaba su ascenso. A finales de la década de 1840, las condiciones estaban dadas para robarle la tierra al pueblo en serio, empezando por una ley de pases de trabajo (la libreta, 1849) que obligaba a los que no tenían títulos de propiedad (la mayoría de la población) a trabajar para los terratenientes criollos.
El proceso se aceleró con la toma de la isla por el imperialismo estadounidense en 1898 (aquí, la “guerra hispano-estadounidense”; para Cuba y Filipinas, sus guerras de independencia). Bajo el nuevo poder, los campesinos pierden su último y tenue control sobre la tierra y su antiguo modo de vida—deteriorándose durante décadas—y se someten plenamente al régimen burdo, opresivo y explotador del trabajo asalariado. Se convierten en proletariado colonizado y, casi inmediatamente, en trabajadores emigrantes y, en Estados Unidos, en inmigrantes.
A lo largo de estos turbulentos casi dos siglos de desposesión y pérdida de libertad, hubo resistencia. Tomó muchas formas, desde actos individuales de huida, sabotaje o “vandalismo” hasta acciones colectivas, incluyendo revueltas de esclavos, conspiraciones contra el régimen español y los levantamientos armados del Grito de Lares en 1868 y las guerras cubanas de independencia de España a finales del siglo XIX, con unos 2,000 patriotas puertorriqueños alzados en armas junto a los rebeldes cubanos.
Con el tiempo, la lucha patriótica volvería a surgir contra los nuevos imperialistas estadounidenses, con flujos y reflujos que reflejaban los avances y retrocesos en la capacidad del pueblo para satisfacer sus necesidades y organizarse. Mientras tanto, al igual que en el imperio al norte (en el control de la economía puertorriqueña), la historia reciente ha estado marcada por los avances tecnológicos y la sustitución de los trabajadores por las nuevas tecnologías. Allí, más que aquí, se ha desmantelado en gran medida la “red de seguridad”, los servicios sociales y la vital infraestructura de escuelas, hospitales, etc.
La lucha del pueblo contra el robo de sus playas es el actual foco de tensión de la lucha más amplia contra la privatización de los servicios y las fuentes de vida, una confrontación de la todopoderosa propiedad privada que enfrenta a los “que tienen” con los “que no tienen”. Esto aumenta la conciencia de clase, haciendo que la lucha del pueblo por los bienes comunes sea aún más significativa. Es una lucha del pueblo que tenemos que apoyar.
Publicado el 21 de septiembre de 2023
Este artículo se originó en Rally!
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