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Demonizados y deportados—ambos partidos condenan a los inmigrantes

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“Se calculan en 232 millones el número de migrantes internacionales y en 740 millones las migraciones internas”.  — Informe sobre las migraciones en el mundo, 2015

Un número sin precedentes de desempleados se ven obligados a migrar del campo a los barrios sórdidos  de sus países o cruzar fronteras y mares hacia otros países con la esperanza de sobrevivir o, en algunos casos, hasta prosperar.  Pero hoy encaran una clase capitalista mundial que administra plantas con más robots y menos gente, expulsando del proceso productivo a millones de obreros a través del planeta e integrándolos a la creciente clase de los permanentemente desempleados y empobrecidos.  Este nuevo proletariado global no  podrá derrotar la estrategia del enemigo de fomentar divisiones internas en base a su “color”, estatus inmigratorio, idioma o religión hasta que cobre consciencia de su gran fuerza potencial como clase.

“La globalización”, que es el capitalismo en la era de la electrónica, está acabando con los cimientos del propio sistema capitalista, desatando la oleada migratoria que se convirtió en uno de los temas centrales de la campaña presidencial de 2016.  Los políticos les dijeron al electorado que mejorarían la economía y reprimirían “la inmigración ilegal” para recuperar los empleos desaparecidos.  Pero la filtración de documentos gubernamentales reveló que ambos, funcionarios republicanos y demócratas, prevén la represión de las inevitables luchas de la nueva clase por sus necesidades básicas, sin importar su ciudadanía.  Los debates sobre la inmigración reflejan la realidad de que la migración es un inmenso y creciente fenómeno que está cambiando los patrones de etnicidad, idioma y cultura en muchas sociedades alrededor del mundo.  Además le sirven a la clase dominante como herramienta con que desviar la culpa por la reestructuración de la economía y los gobiernos para favorecer la globalización.

La inmigración y las elecciones

Las campañas presidenciales de ambos, Hillary Clinton y Donald Trump, vinculan la inmigración a los dos grandes temores del pueblo norteamericano:  el desempleo y el terrorismo.  Trump utiliza el método fascista clásico de la época de la Depresión de convertir el miedo económico al desempleo al miedo político de ciertos grupos, como los inmigrantes musulmanes y mexicanos.  Como el racismo y la discriminación religiosa están bien arraigadas en la historia de nuestro país, su campaña de agitación inevitablemente provoca algunos actos de violencia, espantando a muchos hasta ponerse de parte de Hillary Clinton, que ven como la candidata antifascista.  Pero eso es un grave error.  La política de Clinton en verdad es una especie de nuevo fascismo, tipo siglo 21, no menos peligroso que el de Trump.  Ya vimos cómo el acuerdo comercial del TLCAN fue propuesto durante el mandato de George  Bush pero aprobado durante la administración de Bill Clinton y cómo las guerras iniciadas por presidentes republicanos continuaron bajo Obama, con el apoyo de su Secretaria de Estado, Hillary Clinton.

No hay por qué pensar que el debate sobre la inmigración vaya a ser diferente.  Debemos prepararnos para enfrentar a la nueva administración cuando se reanuden los ataques contra los inmigrantes.  Hay que recordarle a la gente que Trump se acercó más a posturas de Clinton.  Los demócratas insisten en que un voto por Trump es un voto a favor del racismo antiinmigrante, pero la estrategia de sus líderes contra el racismo siempre ha debilitado la lucha al separarla de la batalla contra la explotación de clases y el empobrecimiento de los norteamericanos, independientemente del color de su piel.  Es cierto que los trabajadores más pobres no podrán poner fin a la pobreza sin la unidad contra el racismo.  Pero también es cierto que la clase no tendrá la fuerza para acabar con políticas de inmigración racistas sin la unidad contra el empobrecimiento de la clase trabajadora, al margen de su color.

Cuando la única respuesta al populismo republicano de la derecha es la política de identidades y el populismo demócrata de la izquierda, los trabajadores terminan por estar perdidos y divididos.  Los ataques de Trump desvían la lucha de algunos trabajadores blancos en contra de sus condiciones hacia el apoyo de la discriminación antiinmigrante.  Mientras tanto, Clinton se opone vigorosamente a la discriminación contra el inmigrante y los latinos pero nunca plantea las causas del creciente empobrecimiento de los trabajadores blancos de quienes Trump se aprovecha y engaña.

Durante la temporada electoral, Jeff Guo, reportero del Washington Post, hizo un estudio de las tendencias de los votantes en las primarias y halló que “en muchas partes del país la presión económica hace que se acerquen a Donald Trump” y que era más probable que éste obtuviera más votos “en los lugares que perdieron muchos empleos en el sector manufacturero desde 1999”.  También concluyó que Trump había recibido más votos en lugares en que la gente blanca ha empezado a fallecer a más temprana edad que antes.  Anne Case y Angus Deaton, científicos sociales de la Universidad de Princeton, identificaron regiones en que está aumentando la mortalidad de norteamericanos blancos de mediana edad mientras la de los afroamericanos e hispanos se mejora y se acerca a la de aquéllos.  Guo informó que Trump obtuvo mejores resultados precisamente en esas regiones.  Eso indica que muchos trabajadores blancos, sufriendo debido al capitalismo, votan por Trump no por odio racial sino porque ven que los demócratas no se preocupan de su sufrimiento.  Pero pueden sentir este odio si el único análisis político de su apuro es el de los fascistas, mientras que los llamados progresistas sólo les hablan del padecer de otra gente.

Una base objetiva para la unidad de clase

A diferencia del período fascista del siglo 20, la unidad de la clase trabajadora de hoy día es más que una mera ilusión o exigencia.  Es la única forma de realmente asegurar la supervivencia de millones de personas.  El capitalismo de la alta tecnología ha generado una clase gobernante mundial, que incluye gente de color billonaria, como Carlos Slim Helú de México, la cuarta persona más rica del mundo.  Mientras emplean la robótica que convierte a los trabajadores en algo superfluo, incrementan la pobreza, ya de por sí terrible, en los países más pobres.  A la vez, en los países más ricos, crean “una igualdad de pobreza” entre millones de trabajadores de todos los colores.  En Estados Unidos, millones de ellos han perdido el nivel de vida que habían recibido como soborno social a cambio de su respaldo a las guerras y la desigualdad del sistema.  Sin importar su color, los trabajadores ahora pertenecen a una clase cuyas condiciones sientan las bases materiales para una consciencia de sí misma como clase objetivamente comunista, o sea, con necesidades que el capitalismo no puede satisfacer.

Pero la unidad de clase no ocurrirá automáticamente.  Requiere que los revolucionarios cumplan con su papel de aportarle una orientación política y claridad a la gente que compone la nueva clase proletaria, que aún no está consciente de serlo.  Los fascistas como Trump se concentran en ciertos sectores de esta clase, movilizándolos para ganarse mejor vida a costa de sus hermanos y hermanas de clase.  Los fascistas de nuevo cuño del Partido Demócrata, como Clinton, responden asumiendo la postura de defensores de los inmigrantes, evadiendo el tema del capitalismo global y hablando sólo de la inmigración, es decir, de la competencia entre los nuevos inmigrantes y los que ya están aquí, usualmente debido a inmigraciones anteriores.  Estos demócratas populistas, en vez de organizar en contra de los modos que el gobierno emplea para ayudarles a las corporaciones (prácticas que producen el desempleo y la migración), en realidad contribuyen a la división de la clase obrera en sectores a favor y en contra de los inmigrantes, o sea, el enfrentamiento entre trabajador y trabajador.

En contra del inmigrante:  construyendo una base de masas para el fascismo

Trump y otros republicanos dividen a los trabajadores al postularse como campeones de los trabajadores documentados, que “merecen” los empleos y servicios que Trump promete quitarles a los inmigrantes.  Su llamamiento vil al control de los latinos y musulmanes oculta el hecho de que los otros que ellos controlan son precisamente los trabajadores blancos, que ya no le sirven de nada al capitalismo y no deben conocer la verdad.  Los líderes nacionales del Partido Demócrata fomentan la división entre los trabajadores presentándoles cada lucha como un problema fundamentalmente racial/étnico o de género y criticando a corporaciones individuales o individuos conservadores (como “los malvados hermanos Koch”) pero nunca a la clase corporativa gobernante como tal.  Desde luego, el movimiento espontáneo de la clase trabajadora se forma inicialmente respondiendo a ataques particulares y no en contra del sistema en su totalidad.  Pero los líderes demócratas van más allá de las necesidades tácticas e implementan la estrategia de impedir la unidad de la clase.  Por ejemplo, el Partido Demócrata no se esfuerza por integrar a sus partidarios en la defensa de los derechos de los inmigrantes latinos o la lucha contra la pobreza de trabajadores blancos, aún en las regiones en que ambos están sufriendo.

Otra forma que emplean los políticos demócratas para engañar a los trabajadores es la del “lobo vestido de oveja” cuando prometen ciertas concesiones para ganarse la confianza de los trabajadores y luego los ataca políticamente.  En el movimiento por los derechos de los inmigrantes, la Administración de Obama jugó este papel al proponer la Ley Dream federal, emitiendo el decreto DACA que concedía el derecho al trabajo de miles de jóvenes indocumentados, y al restringir las redadas de la Policía de Inmigración y Aduanas (ICE) en los talleres y comunidades.  Eso convenció a muchos activistas a reducir sus movilizaciones confiando en que Obama reformaría la política de inmigración.  Luego, al trabarse los proyectos de ley en el Congreso, la Administración aumentó las deportaciones hasta llegar a la cifra de más de 2 millones de personas, sobrepasando en los primeros cinco años del mandato de Obama la suma de deportados durante los ocho años de la presidencia de George W. Bush.

¿Cómo fue que redujeron las redadas mientras incrementaban las deportaciones?  Primero, aumentaron enormemente el control de la frontera y las patrullas fronterizas.  Segundo, se alejaron de las “Devoluciones” informales en que sencillamente mandaban a los arrestados de regreso al otro lado de la frontera mexicana y aceleraron el procesamiento de los inmigrantes arrestados para “Expulsarlos” formalmente (Deportaciones), procedimiento que conlleva el riesgo de que sean encarcelados si los arrestan de nuevo.  En el 2011 este cambio significó que hubo más Expulsiones que Devoluciones por primera vez en la historia.  Para el 2014 el número de Expulsiones/Deportaciones casi alcanzó el triple de las Devoluciones informales de antes.  Queda claro que con este enfoque más inhóspito la Administración de Obama sentó las bases políticas sobre las cuales Donald Trump luego haría el llamamiento para la construcción de su infame Muro y más redadas de deportación.

Así es que la política de inmigración del Partido Demócrata, al igual que la de los republicanos, ha facilitado realmente el crecimiento de una base de masas para el fascismo.  Los líderes de los dos partidos no difieren en cuanto a la reestructuración del gobierno en aras de mejor servir a los amos corporativos de la globalización o la cuestión de reforzar los poderes represivos de la maquinaria del Estado.  Su disputa es sólo sobre cómo hacerlo sin alertar a los millones que se ven expulsados de la economía y hasta de los países que han sido su hogar.  Al arrojar luz sobre la globalización y sus millones de víctimas inmigrantes, los revolucionarios pueden participar en la movilización de su clase para que se una, venza a su enemigo barbaro y cruel y utilice los prodigios de la tecnología para el bien común.

noviembre/diciembre 2016.Vol26.Ed6
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