¿Qué le pasó a los Estados Unidos en que creían y por el cual lucharon millones de gente—el faro de la esperanza, la democracia y la oportunidad reconocidas por el mundo entero, la América de la Estatua de la Libertad? ¿Cómo es que el presidente de nuestro país sataniza a musulmanes, mexicanos, centroamericanos, haitianos y tanta gente de los que él llama “países de m_ _ _ _a”? Las respuestas a estas preguntas van al fondo de la dirección que tomemos como nación y del futuro y hasta la salud del planeta que les dejamos a futuras generaciones.
Vivimos en tiempos de cambios transcendentales sin igual en la historia de la humanidad. El torbellino de los medios de producción modernos y el comercio mundial ha azotado cada rincón del planeta. La nueva tecnología, suplantando la mano de obra humana, ha alterado toda la dinámica y el funcionamiento del sistema económico capitalista. Pone de manifiesto el control sostenido de la propiedad privada por parte de la clase capitalista, que ya no depende de mano de obra. Sin embargo, los trabajadores no disponen de ningún otro medio para sobrevivir.
La tecnología que suplanta el trabajo humano tiene el potencial de satisfacer los deseos y necesidades de la humanidad como nunca antes fue posible. Sin embargo, al ser propiedad privada de la clase dominante, lo que produce es la miseria extrema, el desplazamiento, el hambre y el sufrimiento, convertidos en norma mientras la abundancia lograda se estropea y acumula polvo. Unos pocos billonarios acaparan cada vez más riqueza y descartan a los trabajadores, rendidos superfluos. Es una situación insostenible.
El fascismo al estilo americano
Una vez más el espectro del fascismo asoma su odioso rostro en este país y en el mundo entero. La integración de las corporaciones y el Estado ya es un hecho. Para mantener la propiedad privada y su dominio sobre el Estado, la clase gobernante tiene que reprimir la lucha por la supervivencia de millones de seres humanos, suprimir salvajemente la democracia e imponer un estado fascista. Al mismo tiempo, tiene que abandonar los principios morales establecidos sobre los cuales se fundó el país. Esto implica cultivar una base de masas de trabajadores disconformes y desconcertados, cosa que Trump y otros van haciendo sistemáticamente con la manipulación del asunto del muro en la frontera y otras cuestiones. Nos encontramos ante un campo de batalla en que el enemigo fija la atención sólo en los inmigrantes como la raíz del problema cuando en realidad lo que está haciendo es dividir y derrotar a la clase obrera sección por sección.
Actualmente, los ataques a los inmigrantes se dan en el marco sin precedente de la migración a escala mundial, provocada por la globalización de la economía internacional con todas sus consecuencias. El desplazamiento masivo del pueblo alrededor del mundo es el resultado de una intensa competencia por los mercados regionales y mundiales, que está desembocando en la guerra y la violencia. Las malas cosechas y las sequías debidas al cambio climático—provocado también por el hombre, terremotos, huracanes y muchos otros desastres obligan a muchos a emigrar. El tráfico de drogas y humanidad crece junto con la migración. Y los injustos acuerdos de libre comercio, tales como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y el Tratado de Libre Comercio con Centroamérica, han forzado a millones de personas a abandonar sus tierras.
El capitalismo siempre ha aprovechado el arma milenaria de “dividir para vencer” para debilitar a la clase trabajadora. Este es el contexto en que se dan las redadas de la Agencia para el Control de Inmigración y Aduanas, E-Verify, las leyes contra los inmigrantes, la falta de reforma del sistema de inmigración, los ataques contra las caravanas de Centroamérica, las separaciones de las familias, los niños encerrados en jaulas y el cierre del gobierno exigiendo el muro fronterizo. Abundan la criminalización y el miedo, del cual se aprovecha el gobierno para culpar hasta a los inmigrantes niños.
El período que sigue a la Segunda Guerra Mundial
Por algún tiempo, hasta que empezaron a recuperarse las economías de otros países desarrollados tras la destrucción de sus industrias en la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. fue una potencia económica sin rival. El “Sueño Americano” se proclamó una realidad para todos. No lo era, pero esta idea era como un imán cautivando a inmigrantes de todas partes del mundo. Así como hoy, se aceptaban sin problema a los inmigrantes ricos. Sin embargo, para mantener todos los salarios bajos, se ha explotado económicamente a la gran mayoría de los inmigrantes. Ellos ocuparon el extremo más bajo de la escala salarial ejecutando los trabajos menos deseables y más peligrosos, mientras luchando por labrarse un futuro mejor para sí mismos y sus familias.
Anteriormente los trabajadores relativamente bien pagados del medio oeste industrial (ahora conocido como “el Cinturón del Óxido”) y otros trabajadores de todas partes del país servían de pilares de apoyo al imperialismo norteamericano. Estos trabajadores constituían un sector de la clase trabajadora temporalmente privilegiada Así, la clase trabajadora norteamericana apoyaba la política exterior de Estados Unidos que derrocaba los gobiernos de presidentes legítimamente elegidos, tales como los de Arbenz en Guatemala en 1954, Mossadegh en Irán en 1953, Aristide en Haití en 2004 o Zelaya en Honduras en 2009. Los trabajadores de Estados Unidos aceptaban lo que les decía su gobierno—“que ellos estaban deteniendo la oleada del comunismo y que los norteamericanos eran especiales”.
Asimismo, mediante el Fondo Monetario Internacional y otras agencias, se impusieron a los países menos desarrollados de Latinoamérica (incluso México), África y Asia medidas de austeridad, incluyendo recortes a los gastos de beneficencia social, por “préstamos no pagados.” Estas disposiciones prolongaron y fortificaron el “sindicalismo de negocios” que existía en los EE.UU. a costa de otros trabajadores de todas partes del mundo. Servían para enriquecer las corporaciones norteamericanas con la complicidad de líderes déspotas o traidores de los países menos desarrollados, tales como Pinochet en Chile o Salinas de Gortari en México.
Hoy, la tecnología que sustituye la mano de obra humana está velozmente reemplazando, a nivel global, a trabajadores cualificados y no cualificados, y es evidente la tendencia hacia una tecnología que sustituya toda mano de obra. Un ejemplo de esto es el plan destinado a reemplazar el 90% del personal laboral de una fábrica china, unos 1,800 trabajadores. Al competir por los mercados mundiales, la China, segundo sólo a Estados Unidos como productor global, está rápidamente implementado una tecnología que descarta la mano de obra en todo el país. Amazon, con sede en Estados Unidos, actualmente tiene más de 100,000 robots en almacenes alrededor del mundo y planes para agregar muchos más. Se prevé que para el 2030 casi la mitad de todos los puestos de trabajo en EE.UU. serán automatizados.
Al igual que los capitalistas compiten intensamente para dominar la producción y el mercado, desde los inicios del capitalismo los trabajadores se han visto obligados a competir entre sí mismos con tal de sobrevivir. Ahora, en medio de la más abundante producción jamás vista de las necesidades básicas de la vida, los obreros trabajan apenas por salarios de subsistencia o se encuentran lanzados a la calle para mendigar, al margen de que fueran trabajadores especializados o no especializados. Bajo la globalización, este proceso se está imponiendo en todo el planeta.
Los representantes de la clase dirigente, como Trump y otros, culpan a los inmigrantes en situaciones desesperantes de ser el motivo del porqué han perdido millones de trabajadores estadounidenses su oportunidad de realizar el Sueño Americano. La realidad es que su sufrimiento se debe a la nueva tecnología que reemplaza la mano de obra y un sistema económico basado en la propiedad privada que la clase gobernante protege a todo precio.
Los inmigrantes y los trabajadores en EE.UU. de todas las nacionalidades hacen frente al mismo enemigo, una clase dominante cuya única solución es mantenerlos divididos y, así, indefensos. Esta clase, que desplazó a trabajadores norteamericanos bajo los acuerdos de libre comercio, es la misma que provocó la emigración de trabajadores mexicanos, centroamericanos, puertorriqueños y haitianos. Una de las tácticas principales de esta clase es aislar a los inmigrantes como indeseables o criminales. Luego utiliza ese precedente para penalizar, paso por paso, a toda la clase en su conjunto. Es parte del intento de eliminar la democracia y establecer el fascismo para suprimir la lucha de todo trabajador por una nueva sociedad.
El único modo de avanzar
No somos personas desechables a quienes se les pueda mentir y enfrentar a unos contra otros. Cuanto antes veamos que compartimos intereses de clase, podremos unirnos en base a esos intereses y asi aprovechar las ventajas que la nueva tecnología ofrece.
El primer paso es que la sociedad demande del gobierno atención al pueblo, sin importar su raza o procedencia nacional. El gobierno debe servir al pueblo, no a las corporaciones. La producción global nos une a todos, sin importar los orígenes nacionales. No hay otra alternativa viable que la de una sociedad que funcione de forma cooperativa, aquí y en todas partes. En tal sociedad, los principios rectores son la cooperación y la satisfacción de las necesidades de la humanidad. La Liga de Revolucionarios extiende la mano de la camaradería alrededor del mundo.
Tenemos que crear los lazos de la unidad de clase y el internacionalismo por toda la tierra. Un buen punto de partida es hacer propios los intereses y el bienestar de los inmigrantes. No los defendemos sólo por ser lo moralmente correcto, sino porque son nuestros hermanos y hermanas de clase. Nuestra mutua supervivencia como humanidad y la del planeta dependerán de nuestros esfuerzos colectivos. ¡Adelante a la victoria!
marzo/abril 2019. vol.29. Ed2
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