Hay una sensación persistente entre la gente de malestar, ansiedad y hasta de coraje, como si en el fondo supiéramos que estamos viviendo en una casa edificada sobre arenas movedizas. La inestabilidad, la polarización, la inquietud y la destrucción reinan en nuestros tiempos. El mundo está cambiando a nuestro alrededor. Sin embargo, todo esto es sólo el resultado y la manifestación cuantitativa de un giro fundamental en marcha—un giro cualitativo—que está situando la humanidad sobre nuevas bases.
En 1965 el fundador de la corporación Intel, Gordon E. Moore, anticipó que los transistores fabricados para los microprocesadores electrónicos se duplicarían cada dos años. A sus cincuenta años, la Ley Moore sigue vigente mientras que la persecución de esta ley impulsa el crecimiento exponencional en la producción real de los transitores. En 2014 las instalaciones de fabricación de semiconductores produjeron unos 250 mil millones de MIL MILLONES de transistores, más que en todos los años anteriores al 2011. Así, el ritmo del desarrollo cuantitativo de esta tecnología, cualitativamente nueva, se está acelerando, dando lugar a profundas repercusiones en la sociedad humana.
Las computadoras y la tecnología electrónica no son meramente nuevas máquinas y herramientas. Se trata nada menos que de un cambio de época, de cualitativamente nuevos tipos de instrumentos, en nada parecidos a lo que se ha visto anteriormente en la historia humana porque inevitablemente conducen a la automatización y robótica, o sea, a la producción sin mano de obra humana. Por eso nos parece estar andando sobre arenas movedizas, como si la tierra estuviera cediendo y tuviéramos que saltar para salvarnos la vida. El único tipo de sistema de producción que hemos conocido, la producción capitalista de mercancías, se está desapareciendo, y no nos queda otro camino que pensar sobre qué nuevo tipo de sociedad tenemos que levantar.
Se calcula que en una o dos décadas un 47 por ciento del empleo en Estados Unidos correrá el riesgo de ser sustituido por la automatización, y esta revolución abarca todo el planeta. Hasta la China, reconocida por mano de obra barata, usará robots para reducir los costos laborales por un 18%. Según el Boston Consulting Group, en Corea del Sur, la cifra será del 33%, en Japón, del 25%, en Canadá, del 24%. La China ya está construyendo en Cheng Du una planta que no requiere de intervención humana, completamente automatizada. En Dubai, una impresora 3-D ha hecho un edificio empresarial de 2.000 pies cuadrados, totalmente equipado con muebles, ahorrando un 50 por ciento del costo laboral.
La desvalorización del trabajador
La tecnología electrónica y digital que sustituye la mano de obra humana es fundamentalmente contraria al sistema capitalista. Es incompatible con el sistema de trabajo asalariado en que el valor de las mercancías—bienes hechos para el intercambio—deriva del tiempo de trabajo invertido en ellas por la clase trabajadora. La producción automatizada echa del mercado la mercancía fruto de la labor humana. En el curso de este proceso, se desploman los salarios al nivel del costo de la producción automatizada. Toda producción laboral, incluso la de los trabajadores mismos, se hace superflua. La marcha constante de esta destrucción es sólo la expresión cuantitativa del proceso objetivo de destrucción del capital que se está dando actualmente. Producción sin precedentes junto a carencia sin precedentes: así se describe nuestra época.
Al acelerarse el ritmo de la automatización, le sigue al paso la pérdida de empleos y la desvalorización del trabajador. A medida que se producen más mercancías sin la intervención del trabajo humano, todo trabajador se ve en una caída hacia el fondo. Resultando superfluos para la producción, estos trabajadores se encuentran en una nueva y creciente clase, a escala global, de desempleados, subempleados, empobrecidos e indigentes para siempre y no tienen otra alternativa que luchar por la distribución según la necesidad de los requisitos básicos de la vida.
Un informe sobre el empleo de octubre, 2014, revela que más de 92 millones de norteamericanos, o sea, el 37 por ciento de todos los trabajadores, “han quedado fuera de la fuerza laboral”. La tasa de participación en la fuerza laboral es la más baja desde la era de la Gran Depresión. A nivel mundial, hay 200 millones de desempleados, representando un aumento de 27 millones desde el 2008. La tasa de desempleo en Grecia está al 27 por ciento; en España la porción de trabajadores desempleados menores de 25 años está al 43,8 por ciento. La mitad de la población global, unos 3,25 mil millones de personas, sobreviven con menos de $2.50 al día. Una tercera parte de la población rusa se mantienen con $1.00 al día. Credit Suisse dio a conocer recientemente que el un porciento más rico de la población mundial ha acumulado más riqueza que el resto de la humanidad en su conjunto. En cambio en los últimos cinco años, la mitad más pobre de la humanidad ha perdido un billón (o sea, un millón de millones) de dólares en riqueza. (Oxfam, “Una economía al servicio del 1%”, enero de 2016). El ritmo acelerado de la electrónica está agravando la polarización entre la riqueza y la pobreza a escala mundial.
La globalización
Se reduce el empleo, se desvalúan las cosas y todo esto tiene lugar en una economía globalizada. Un rasgo de la globalización es el flujo de capital a través de las fronteras, muy distinto a su desplazamiento en el período anterior de imperios y colonización. Así, por ejemplo, la China, por mucho tiempo un refugio para la mano de obra barata, ha alcanzado el primer puesto de países por Producto Interior Bruto, reemplazando a Estados Unidos. Este proceso ha conllevado un aumento de los salarios, lo cual en sí mismo incentiva a la China a automatizar e invertir a escala mundial. En estos momentos, la China está en primer lugar en el comercio global. Sin embargo, al mismo tiempo está trasladando la producción a Bangladesh, la India, Vietnam y Estados Unidos, especialmente al Sur de EE.UU. Se anticipa que la inversión china en el extranjero aumentará a 2 billones de dólares [2 con 12 ceros] para el 2020.
En un proceso mundial cada vez más integrado, el capital cruza las fronteras en ambas direcciones. Las corporaciones europeas invierten en EE.UU. y viceversa. Es igual entre el Japón y Brasil. Los bloques económicos regionales de los países BRIC (Brasil, Rusia, India y China) comercian y exportan capitales no sólo dentro de sus regiones, sino por todo el globo.
La China ya tiene 47 instalaciones en Georgia y 30 más en Carolina del Sur, incluso una planta de Volvo de $500 millones. Actualmente puede instalar plantas manufactureras en el Sur de EE.UU. mayormente porque el costo de producción es “competitivo” con el de la China. Por cada dólar gastado en la manufactura en EE.UU., se gasta 96 centavos en la China.
Un ejemplo es el Kerr Group, propiedad china, una fábrica de algodón que actualmente opera en Carolina de Sur. Allí encuentran gente desesperada por un empleo aunque sea a salarios bajos, tierras y energía baratas y el algodón altamente subsidiado. Aún más, gran parte del trabajo se ha automatizado. Cuando en poco tiempo el Kerr Group abra otra planta, la mano de obra conjunta de las dos fábricas será de 500 trabajadores, una fracción de los miles que trabajaban en el sector textil en todo el sur durante los siglos 19 y 20.
El capital especulativo
El aceleramiento de la producción automatizada, la disminución del valor y, junto a ello, del valor del obrero y la polarización entre ricos y pobres: todo esto tiene como inevitable consecuencia el ascenso y dominio del capital especulativo. Si no se gana dinero produciendo mercancías para intercambiar, el capital lo reubica, ganando dinero del dinero. El Wall Street global se convierte en un casino virtual, los inversores apostando por deudas garantizadas, saltando por completo la producción.
La producción sin mano de obra significa la producción sin valor. El capital especulativo no crea ningún valor sino que se beneficia mayormente con la acumulación de vastas sumas que se sustentan en las deudas.
En EE.UU. el gobierno federal ha inyectado millones de millones de dólares en la economía, que ha pasado a manos del capital especulativo. Por consiguiente la bolsa se ha duplicado desde el 2008, pero la economía ha crecido a un escuálido dos por ciento durante este período. Casi nada de esas sumas fabulosas se ha invertido en la expansión de la producción o empleos para los trabajadores. El 90% de los ingresos de las corporaciones más grandes se ha empleado en la manipulación de los precios de valores del mercado y jugado en el casino de Wall Street. La burbuja de la deuda sigue inflándose.
La actual hegemonía del capital especulativo se debe ver como un fenómeno mundial. Forma parte integral de la globalización en la época de la electrónica. La irrupción de la crisis en ambos Europa y Asia es una mera continuación de la crisis del capital inicialmente precipitada por la Gran Recesión en EE.UU.
La dictadura del capital especulativo quizás se refleje más gráficamente en Europa, especialmente en la manera en que ha afrontado el colapso financiero en Grecia. El Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional se unieron en una suerte de “troika” para una y otra vez imponer medidas de austeridad extremas sobre el pueblo griego. Con una tasa de desempleo ya del 25%, la respuesta a las condiciones impuestas por el más reciente “rescate” ha sido aún más recortes de salarios y empleos, el saqueo de las pensiones y otros beneficios y una venta de los bienes de patrimonio estatal. La austeridad y la privatización son las dos caras gemelas de la dictadura del capital especulativo en su intento de adueñarse de cuánto menguante grano de valor quede. El resultado no es sólo la polarización entre ricos y pobres, sino también el antagonismo objetivo entre una clase gobernante resuelta a defender a cualquier precio la propiedad privada y una clase trabajadora que tiene cada vez menos.
La inmigración global
La globalización es la circulación de capitales y finanzas a través de fronteras. También es el desplazamiento de obreros a través de las fronteras en una desesperada búsqueda de empleo y por su supervivencia. La inmigración de Latinoamérica a EE.UU. es una gran cuestión política en que la propaganda contra los inmigrantes enfrenta trabajador con trabajador e intenta levantar una base social de masa a favor de las soluciones fascistas a la crisis económica. Miles de seres mueren en las aguas del Mediterráneo al emprender el peligroso cruce a Europa. Muchos miles más, tanto del Medio Oriente como de África del Norte, huyen del tumulto económico y social. Se espera que este año casi 800.000 personas tomen esta vía migratoria. Ningún muro podrá detener la creciente ola de inmigrantes.
Nuestro tiempo es uno cualitativamente nuevo en que el mundo tal y como lo hemos conocido se derrumba. Es un tiempo de revolución real en los cimientos económicos de la sociedad, y se vive como crisis, inestabilidad, disturbios y destrucción. Es un tiempo de transición, sin posibilidad de volver al pasado. Sólo podemos dar marcha adelante, y, en este sentido, también son tiempos interesantes.
Otra cualidad de nuestros tiempos, igualmente fundamental, es el hecho de estar en medio de una época revolucionaria. Para avanzar tenemos que rehacer el mundo conforme a la nueva tecnología y los intereses básicos de la clase que emerge de la nueva época histórica. Es aquí que vemos la gran importancia histórica de esta nueva y creciente clase que surge por todo el planeta. Su tarea histórica es rehacer el mundo en su propio interés. A fin de cuentas, coincide con el interés de toda la humanidad.
marzo/abril 2016. vol.26. Ed2
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