La destrucción de la economía capitalista está eliminando los privilegios económicos y sociales que históricamente se ampliaron para abarcar a un extenso segmento de la clase obrera de los Estados Unidos. La amplitud hasta ahora desconocida de la igualdad de la pobreza está estableciendo la base para lograr una verdadera unidad de clase, más allá de las barreras geográficas, raciales y de género. En ninguna parte resulta esto más evidente que en el creciente movimiento entre y en torno a los indigentes estadounidenses. Debido a que se encuentran en la miseria, los indigentes son el grupo económicamente más igual de todos. Esto permite que su unidad política subjetiva sea posibilidad práctica de inmediato.
La producción computarizada está reemplazando la mano de obra humana, lo cual está creando una clase totalmente nueva, separada de la economía productiva. Este proceso empezó con la introducción del microchip en la industria durante los años 70 y 80, lo cual ocasionó un desempleo permanente que se generalizó a lo largo del denominado Cinturón del Óxido y en otros lugares. En aquel momento, la aparición de una indigencia masiva fue el primer señal claro de que el capitalismo estaba creando algo nuevo, un segmento de la clase obrera que el sistema ya no necesita. Esta nueva clase crecía de forma incremental durante varias décadas y se amplió rápidamente en la década de 2000, cuando en general la participación de la fuerza laboral de los Estados Unidos comenzaba a decrecer de forma rápida. Posteriormente, un salto hacia la automatización que se proyecta para los próximos 20 años se traduce en una ampliación aun mayor y más acelerada de esta clase en el futuro inmediato.
De la división a la unidad de la clase
El futuro de esta nueva clase depende en que tome conciencia sobre su posición objetiva en la economía y en la sociedad, y de su poder y sus intereses interdependientes como clase. Actualmente, el movimiento apenas comienza a despertarse —es decir, a desarrollar comprensión social de que hay algo que no está bien dentro de la sociedad, que se trata de un problema social y no personal, y que se necesita cierto tipo de organización para lograr una solución social. De forma simultánea, está empezando a surgir una etapa rudimentaria de la conciencia social, la cual es la comprensión de que la causa de nuestro problema no es solamente una condición social, sino nuestra posición de clase, nuestra relación con los medios de producción. La identidad de clase significa ir más allá de las apariencias del problema, ya sea con respecto al género, al color, a la situación migratoria o a cualquier otra característica secundaria. La identidad de clase es la comprensión de que la realidad subyacente que determina nuestra existencia es nuestra posición como clase dentro de la sociedad y el hecho de ser explotados como clase. Los revolucionarios aumentan el grado de concientización al explicar las raíces del problema y al definir una visión para el futuro, junto con una estrategia para lograrla
El campo de batalla contra la indigencia representa una oportunidad inmediata y un área crítica en que los revolucionarios pueden avanzar en la lucha por la identidad de la clase. A lo largo de toda su historia, se ha dividido, controlado y dominado a la clase obrera estadounidense, a través del color de la piel, es decir las políticas de la unidad totalmente blanca. El crecimiento de la nueva clase, en especial sus integrantes más pobres y visibles – los indigentes– da origen a una valiosa oportunidad para romper de forma decisiva con esta historia. Con cada vez menos puestos de empleo para todos, el asunto de contar con una ventaja competitiva en uno u otro segmento de los obreros se vuelve relativamente insignificante.
La clara igualdad económica de los indigentes permite su unidad política, al igual que la unidad de la gente a su alrededor, hace alcanzable la unidad de otros segmentos de la clase obrera. A los indigentes se les lanza juntos a las mismas calles y a los mismos albergues y campamentos. Se ven obligados a juntarse debido al hecho de que experimentan condiciones en común: la falta común de viviendas, la opresión común de las políticas, la criminalización común. La situación que comparten establece nexos que pueden llegar a ser más fuertes que las diferencias subjetivas o históricas que los dividían anteriormente.
La unidad política de clase entre los indigentes también es posible debido al hecho de que las causas de la indigencia son indisputablemente de índole económica: según la Coalición Nacional para los Indigentes, se trata del “resultado de la pobreza y la falta de viviendas a precios módicos”. Los propios indigentes son extraordinariamente diversos, un hecho que por sí mismo comprueba el amplio efecto que han generado estas causas económicas. Este grupo está compuesto aproximadamente por un 40% de blancos, un 40% de afroamericanos, un 11% de latinos, un 35 por ciento en familias, un 20% son niños, un 72 por ciento residen en zonas urbanas, un 21 por ciento en zonas suburbanas y un 7 por ciento en zonas rurales (Coalición Nacional para los Indigentes, Alianza Nacional para poner fin a la Indigencia, Consejo Interinstitucional Estadounidense sobre Indigencia). En consecuencia, los indigentes que empiezan a comprender la identidad de la clase están bien situados para introducirla en un segmento representativo increíblemente amplio de la nueva clase, más allá de las barreras relativas al color de la piel, la religión y la región geográfica.
La propiedad privada no puede poner fin a la indigencia
La propia existencia de la indigencia en la época moderna de los Estados Unidos desafía de forma directa el mito histórico de la clase gobernante de que el sistema de la propiedad privada de este país permite que todos gocen de una vida mejor, independientemente de clase. Los indigentes son prueba visible de que todo esto es una gran mentira: Actualmente, la nueva clase en los Estados Unidos es un segmento de la clase obrera que no le es útil a las corporaciones y de hecho no les importa si viven o mueren.
El aumento acelerado de la indigencia durante las tres últimas décadas, junto con el abuso oficial, las fallas de los albergues y de los planes gubernamentales de eliminar o al menos reducir la indigencia confirman que existe una ruptura sistémica y de que la indigencia moderna no es accidente ni solo un acontecimiento aislado. Por sí mismo, este hecho da origen a que no sólo los indigentes, sino también amplios sectores de la clase obrera cuestionen y desafíen los mitos que les enseñaron sobre la viabilidad y la equidad de la economía capitalista.
Una economía con sistema de propiedad privada no puede eliminar la indigencia, al igual que no puede resolver el problema del desempleo tecnológico. Por lo tanto, ya que la demanda por obreros disminuye, y suele desaparecer, no se pueden construir viviendas para personas que no pueden pagar por ellas. Las corporaciones no pagarán impuestos para subsidiar viviendas (y otras necesidades) para los trabajadores que sencillamente no necesitan. Según las leyes por las que se rige la propiedad privada, las corporaciones no pueden invertir en nada que no logre aumentar sus ganancias. La indigencia continúa en ascenso. Un reciente estudio en Los Ángeles reveló que a pesar de los mejores esfuerzos de los proveedores de servicios, hay unos 13.000 nuevos indigentes cada mes. Asimismo, un reciente estudio de los medios de comunicación reveló que muchos de los conductores de autobuses de Apple Computer —la empresa más rica del mundo, se ven obligados a dormir en sus automóviles, ya que no les alcanzan los salarios de $2.900 para pagar alquiler de entre $2.000 y $3.000 mensuales en el área.
La polarización de la sociedad entre la riqueza y la pobreza, ocasionada por la destrucción del valor, está obligando a la clase gobernante, junto con los gobiernos en el ámbito federal, estatal y local, a actuar de forma cada vez más hostil contra los pobres. Por consecuencia, han desencadenado una guerra propagandística para describir a los indigentes como perezosos, locos, inmorales e indignos. Asimismo, han promulgado leyes en contra de los indigentes, clausurado campamentos, destruido propiedad personal y extendido una ola de represión y brutalidad policíaca. Durante los últimos años, los repugnantes asesinatos de personas indigentes por parte de los cuerpos de seguridad incluyen a James Boyd en Albuquerque, Kelly Thomas en Fullerton, Charly Keunang en el denominado Skid Row de Los Ángeles, y a Michael Tyree en San José, entre otros. Debido a que la indigencia no respeta aspectos raciales, no es una condición que se puede tratar como tal. De hecho, cada vez más, las políticas y la propaganda del gobierno están describiendo a los indigentes como un grupo subhumano o de “raza” inferior que merece ser despreciada y odiada a consecuencia de su situación económica y social.
La clase gobernante siempre ha atacado a los obreros, pero ha aprendido a evitar respuesta unida al dirigir sus ataques a base del color de la piel, la nacionalidad o las características sociales en vez de la explícita diferencia de intereses de las distintas clases sociales. En 2006, el proyecto de ley de Sensenbrenner provocó un levantamiento espontáneo masivo cuando intentó catalogar a los trabajadores inmigrantes como criminales, pero debido a que si dirigía a los Latinos, la respuesta tendió a limitarse entre éstos. La ocupación tipo militar de Ferguson en 2014, se dirigió más a los afroamericanos porque su comunidad estaba segregada. Si bien la respuesta provino de personas de diversas etnias, una encuesta reveló dramáticas diferencias con respecto a lo que comprendían los trabajadores afroamericanos y los blancos sobre el papel de las fuerzas policiacas. Los ataques contra de los indigentes necesariamente cruzan las históricas barreras raciales y por consecuencia ofrecen una oportunidad para hacer propaganda en torno a una respuesta que vaya más allá de las diferencias raciales. Este es un paso importante y necesario hacia la identidad de la clase, a fin de resistir de forma eficaz y en última instancia enfrentar estos ataques.
La responsabilidad de los revolucionarios
El resultado de la lucha depende en gran medida del papel que desempeñan los revolucionarios. El capitalismo durante los siglos XIX y XX necesitaba a los trabajadores para sus industrias en expansión. Ya no se vislumbra tal expansión del empleo en el futuro de la economía actual. Literalmente y objetivamente, el capitalismo ya no necesita a cientos de millones de obreros. Con esto cambia todo. La clase gobernante utilizará toda ideología aborrecible que tenga en su arsenal, desarrolladas durante varios siglos de esclavitud y genocidio, para justificar su creciente agresión fascista a nuestro propio derecho a existir.
Los revolucionarios comprenden este peligro y a la vez saben que la sociedad no tiene que seguir organizada de tal manera. La verdadera función del gobierno no debe ser de garantizar las ganancias y privilegios de los explotadores, sino más bien la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad de las masas. La función de los revolucionarios es de desencadenar la lucha al introducir una visión alternativa en vez de la pobreza y la desesperación que nos obligan los gobernantes corporativos. Al liberarnos de las leyes opresivas de la propiedad privada, los medios computarizados de producción nos prometen una economía cooperativa de abundancia un hecho que es de posibilidad práctica inmediata. Además, los revolucionarios describen la línea política de marcha que es necesaria para la nueva clase: organización política, poder político y transferencia de los medios de producción desde la propiedad privada corporativa hacia ser de beneficio universal por ser propiedad pública.
enero-febrero 2016. vol 25. Ed 1
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