En la obra titulada The Ice Opinion, Ice T aseveró que “la furia enciende el fuego, pero una vez que las llamas empiezan a arder, la pobreza queda a cargo. En definitiva, el punto es que la gente estaba en la ruina”.
Tanto en 1965 como en 1992, la furia en contra de la opresión y la brutalidad policial y del sistema de justicia desencadenó este fuego. El deseo de liberarse de la miseria de la pobreza lanzó a las personas a las calles, manteniendo viva la rebelión durante días. Si bien los propósitos del pueblo en 1965 y en 1992 fueron muy similares, las causas subyacentes y las soluciones difirieron.
En un período de 30 años, habían surgido cambios fundamentales en la economía. La Rebelión de Watts se produjo en la era del capitalismo industrial, cuando Los Ángeles era un importante centro manufacturero, con medio millón de obreros en la rama aeroespacial, los astilleros, las fábricas de enlatados, la industria automotriz y del acero, y las fábricas de llantas. Para 1992, casi todas estas plantas y fábricas habían cerrado sus puertas, ya que los robots y la producción computarizada fueron remplazando la mano de obra humana y por lo tanto transformaron la economía. Estos obreros desplazados fueron el núcleo de una nueva clase que se situó afuera de las relaciones productivas del capitalismo y que ahora asciende a unos 2 millones de personas sólo en el área de Los Ángeles. Esta clase incluye a ex obreros industriales y de otras ramas, especialmente a los jóvenes, los cuales nunca podrán hallar puestos de empleo en los que logren ganar un salario digno.
La Rebelión de Watts de 1965
La Segunda Guerra Mundial estimuló el estallido de la industrialización en el área de Los Ángeles —en la rama aeroespacial, el acero, la fabricación de llantas y la construcción de barcos—, lo cual atrajo a millones de obreros blancos, mexicanos y afro-americanos. Durante la década de los 40, la población afro-americana de Los Ángeles aumentó vertiginosamente, pasando de 75.000 a 218.000 personas. Después de trasladarse a la “tierra prometida”, lejos del apartheid histórico y cultural y de las luchas del sur, sus esperanzas se vieron destrozadas, ya que tuvieron que enfrentar un alto grado de desempleo y pobreza. Debido a que había una contratación preferencial de personas blancas, muchos de ellos no pudieron encontrar trabajo y aquellos que sí lograron obtenerlo fueron los primeros en ser despedidos cuando finalizó la guerra y las fábricas y plantas redujeron su producción. En 1967, en su clásica obra sobre la Rebelión de Watts titulada Rivers of Blood, Years of Darkness (Ríos de sangre, años de oscuridad), Robert Conot escribió que las minorías no blancas estaban “sumiéndose en un desempleo tan grande o hasta mayor que en la gran depresión”.
Con la Rebelión de Watts, la clase obrera industrial urbana desempleada de Los Ángeles pasó a ocupar el liderazgo de la lucha por la libertad que se inició en el sur. Ellos lucharon para poner fin a la brutalidad policial y a la injusticia, y lograr acceso a los puestos de empleo y a la educación pública en un plano de igualdad.
Se calcula que unas 35.000 personas participaron activamente durante la rebelión y unas 72.000 más fueron “espectadoras cercanas”. Los daños a la propiedad en un área de 46,5 millas cuadradas ascendió a unos $200 millones y al menos 34 personas fallecieron, otras 1.000 resultaron heridas y se arrestó a 4.000 más.
La clase gobernante comprendió y temió que Watts sería el punto inicial de una batalla que continuaría hasta que una parte u otra resultara vencida de forma determinante. Esta clase pasó a aplastar decididamente cualquier levantamiento futuro al ganarse y al acoger en su seno a los afro-americanos más acomodados y al militarizar el Departamento de Policía de Los Ángeles (LAPD, por sus siglas en inglés).
La militarización de la policía
En 1967, se reorganizó el LAPD para imitar un modelo militar, en particular las Fuerzas Especiales de la Marina, y se concibió un grupo élite de oficiales policiales para responder a “disturbios domésticos peligrosos”. En 1969, el Equipo de Armas y Tácticas Especiales (SWAT, por sus siglas en inglés) llevó a cabo su primera redada en la casa de habitación de un integrante de los Panteras Negras [Black Panthers en ingles].
Cuatro años después, el Presidente Nixon introdujo la guerra contra las drogas, con nuevas y estrictas medidas para el orden público, lo que incluyó las redadas o los cateos “de sorpresa”. Durante la administración del Presidente Reagan (1981-1989), los equipos SWAT se convergieron con los esfuerzos realizados en el marco de la guerra contra las drogas. Para finales de los años 80, los cuerpos especiales ya estaban integrados por oficiales policiales y soldados, en lo que rápidamente se transformó en una guerra nacional contra la clase obrera.
La militarización del LAPD fue el modelo que se aplicó a los cuerpos policiales en todo el país. Durante años, el Pentágono ha venido suministrando armas militares a los cuerpos locales de seguridad —lo que incluye al LAPD, al Departamento de Alguaciles y a la Policía Escolar. En 2010, el Washington Times reportó que los equipos SWAT llevaban a cabo unas 50.000 redadas al año en los Estados Unidos.
La Coalición Bradley
En 1973, Tom Bradley, con el apoyo de acaudalados manipuladores de influencias políticas y económicas de la zona de Westside y del Valle, se convirtió en uno de los primeros alcaldes afro-americanos en una ciudad de importancia. La Coalición Bradley aplicó una estrategia política para aislar y controlar a la volátil clase obrera de Los Ángeles. Durante sus 20 años como alcalde, la ciudad experimentó grandes transformaciones y un segmento de los obreros afro-americanos y mexicanos se integró a la “clase media”.
Surgieron oportunidades para que los negros y los estadounidenses de descendencia mexicana ocuparan puestos públicos dentro del gobierno de la ciudad, el Distrito Escolar Unificado de Los Ángeles, diversas universidades e instituciones médicas. Con un estatus profesional y con ingresos más altos, estos afro-americanos y México-americanos más acomodados se alejaron de los ghettos y los barrios que habían sido comunidades cohesionadas, con servicios, tiendas y actividades culturales para todos.
Aún continúa esta emigración de personas de todos colores pertenecientes a la “clase media”. Este hecho está dejando el propio centro de Los Ángeles y sus enclaves suburbanos blancos en la extrema pobreza, desprovistos de servicios básicos, una deplorable educación pública, sin parques ni actividades recreativas, servicios deficientes de salud y prácticamente sin supermercados, controlados por un ejército de ocupación compuestos por alguaciles y agentes policiales militarizados. Estas son las comunidades de los desposeídos.
Las personas de mayor edad en estas comunidades, los padres, los abuelos y algunas mujeres, los ex obreros siderúrgicos, los trabajadores de la industria automotriz, los obreros en las fábricas de llantas y la rama aeroespacial, y los trabajadores en los astilleros fueron desechados y desposeídos, a medida que iban cerrando todas las plantas principales de producción industrial en Los Ángeles entre la década de los años 70 y los 90.
1992: Un levantamiento que estaba latente
Durante casi 30 años después del movimiento social de 1965, todas las luchas por la justicia y la igualdad, todos los intentos por organizarse para lograr mejores salarios y condiciones laborales estuvieron condicionadas y se contuvieron por la poderosa influencia de las organizaciones que promovían una división racial y nacional, por el crecimiento de la “clase media” compuesta por afro-americanos y latinos y su separación de la creciente nueva clase de obreros subempleados y desempleados permanentemente, y por las falsas promesas de influyentes políticos y líderes comunitarios, tanto afro-americanos como México-americanos.
Pero por debajo de todas estas maniobras políticas, una revolución económica estaba transformando Los Ángeles. Para los años 70, la revolución electrónica ya había empezado a eliminar al sector no especializado y semi-calificado de la mano de obra industrial, que era la rama donde más se concentraban los trabajadores afro-americanos. En las décadas subsiguientes, la revolución electrónica fue una imparable máquina para el cambio y desplazó de la producción industrial a miles de obreros más provenientes de todas las etnias, eliminando puestos de empleo en segmento tras segmento dentro de la economía, e impulsando el crecimiento de la nueva clase. Para 1992, esta nueva clase participaría en un levantamiento que sólo estaba esperando el lugar propicio para surgir. Ese lugar sería el sur del centro de Los Ángeles.
La rebelión que surgió en Los Ángeles fue la ronda inicial de la revolución de esta nueva clase. Afro-americanos, mexicanos e inmigrantes centroamericanos establecieron sus hogares en los barrios empobrecidos al sur del centro de la ciudad, donde inició la rebelión. Mientras los manifestantes marchaban hacia el centro en señal de protesta por el veredicto de no culpabilidad de los policías que habían agredido brutalmente a Rodney King, los habitantes de la zona sur del centro angelino, tanto hombres como mujeres, jóvenes y personas mayores de todas las nacionalidades se lanzaron a las calles en una muestra de efusión espontánea. Al igual que sucede cuando una olla de presión libera vapor, el pueblo se sintió libre, libre de la opresión de la policía como fuerza de ocupación. Tal como lo describe Ice T en su obra The Ice Opinion, “… era como si la gente hubiera retomado la ciudad. Durante varios días, nos perteneció y fue pacífica”.
De los 16.291 arrestados, la mayor cantidad fueron latinos, los cuales alcanzaron un 36,9 por ciento, mientras que en el caso de personas afro-americanos, esta cantidad representó el 29,9 por ciento, y un 33,2 por ciento fue de blancos y otros grupos. Ya fueran latinos, afro-americanos o blancos, todos participaron y esto reveló la naturaleza esencial de clase en esta rebelión, creando la posibilidad de lograr una unidad ideológica basada en clases.
De la afrenta al levantamiento, de la rebelión a la revolución
Actualmente, la nueva clase enfrenta mayores dificultades económicas y aislamiento político que en 1992. Según la Comisión 2020 de Los Ángeles, “el 28 por ciento de los obreros angelinos obtienen un sueldo de pobreza. Si se incluye a aquellos que están sin empleo, casi el 40 por ciento de la comunidad vive en condiciones que sólo se pueden llamar miseria”.
Todavía no se han logrado los propósitos trazados en 1965 y en 1992. Las personas que viven en el área de los Ángeles se están moviendo en diversos frentes, desde Skid Row hasta Pomona, desde trabajadores en la industria hotelera hasta maestros. El movimiento Ocupar enardeció a la nación en torno al 99 por ciento contra el 1 por ciento. En mayo de 2006, durante el Día del Trabajador, medio millón de personas se lanzó a las calles en nombre de la igualdad de los México-americanos y a favor de una reforma migratoria. Los maestros están luchando contra el cierre de escuelas y su privatización, y están formando organizaciones que abarcan todo el hemisferio.
La lucha que inició con Watts todavía continúa. Las fuerzas estatales que protegen la propiedad privada siguen haciendo la guerra contra las comunidades de desposeídos. En el ámbito local, los cuerpos de seguridad amenazan, brutalizan y asesinan a los residentes de las comunidades que la clase gobernante identifica como las más peligrosas para su control y predominio continuo. Ezell Ford, un joven desarmado, fue una de las 390 personas que han perdido la vida en manos de los cuerpos policiales del condado de Los Ángeles desde el año 2000. Esto equivale a casi una persona por semana, de las cuales el 28 por ciento han sido afro-americanos y el 51 por ciento latinos, al igual que muchos blancos.
Para resumir la experiencia de la Rebelión de Watts, en su autobiografía titulada Black Radical (Radical Negro), Nelson Peery concluye lo siguiente: “…nada puede hacerse sin organización”. Después de la Rebelión de Watts, los revolucionarios con una visión y armados de una perspectiva estratégica y una mayor comprensión organizativa iniciaron un proceso de varias décadas para establecer la organización que se necesita en nuestros tiempos. La Liga de Revolucionarios por una Nueva América es la organización que necesita nuestra clase. Esta es la organización de nuestros tiempos. Esta es la organización que puede materializar la visión y la conciencia de clase dentro de una nueva clase.
Hacemos un llamado a todos los revolucionarios para que se integren a la Liga, en tanto ésta va creciendo como una organización que pueda velar por que la revolución logre la reorganización comunista necesaria para satisfacer los propósitos por los cuales se luchó en 1965 y en 1992, y se continúa luchando actualmente.
enero-febrero 2015. vol 25. Ed 1
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