¿Por qué razón mientras la cantidad de personas desempleadas alcanzaban la cifra de 30 millones, la bolsa de valores iba en aumento? ¿Por qué es que mientras la leche se estaba tirando a las alcantarillas y las frutas y hortalizas se estaban enterrando, Wall Street experimentaba un repunte? ¿Por qué está sucediendo todo esto, mientras los trabajadores que recientemente han perdido sus puestos de empleo hacen fila con miles de personas más para obtener alimentos y dar de comer a sus familias? ¿Por qué durante una pandemia ocasionada por el coronavirus, en la que los casos ya superan un millón y el número de muertes es más de 100.000 personas, la clase gobernante celebra una reapertura a destiempo, a pesar de que esto significa que se está poniendo en peligro la vida de más obreros? El mismo día en que las muertes alcanzaron la cifra de 100.000 víctimas, Eric Trump proclamó lo siguiente: ¡Es un excelente día para el índice Dow!
Hay muchas cosas que no calzan en todo esto. Como mínimo, esta crisis ha expuesto la polarización fundamental que se encuentra en la base de todo lo que aqueja a nuestra sociedad: la creciente polarización de la riqueza y la pobreza. Esto define la propia naturaleza de la sociedad de clases en la que vivimos. Por un lado, se encuentra una clase dominante que se ha apoderado del gobierno, el cual funciona según sus intereses. Esos intereses tienen como único fin maximizar sus ganancias, aumentar su enorme riqueza y defender la acumulación de la propiedad privada, solo para su clase. Cuando el gobierno aprobó el primer paquete de estímulo económico, más de $4 trillones quedaron en manos de las grandes corporaciones y los bancos.
Por otra parte, está el resto de nosotros. Somos una clase obrera que cada día se empobrece más. La crisis ocasionada por el COVID-19 hizo que el sistema obligara a millones de personas más a unirse a las filas de aquellos a los que la clase dominante considera que ya no merecen la pena mantener. Si no puedes trabajar no puedes producir. Si no puedes producir no puedes consumir. La clase dominante no tiene ningún interés en garantizar ni las necesidades básicas más mínimas para nuestra clase. Tal como algunas personas lo han expresado, es mejor dejar que la gente muera para salvar la economía. Se activaron las disposiciones de la Ley de Protección de Defensa para obligar a las plantas procesadoras de carne a que reabrieran y pusieran a sus trabajadores en peligro, en medio de un brote del virus que alcanzó grandes proporciones, mientras al mismo tiempo, se eximía a sus propietarios de toda responsabilidad.
Donald Trump, quien desea ser emperador y ha sido el porrista en jefe de todo esto, primero se promocionó como el solucionador, el que iba a curar la pandemia y lograr que la economía regresara a todo su “esplendor” a corto plazo. Pero, al hacerlo, se rodeó de una cantidad de líderes corporativos y los presentó como los que iban a resolver la crisis y restaurar la economía. Su mantra fue “solo nosotros, la clase dominante, de la cual soy el representante preeminente, podemos arreglar esto”.
Pero al mismo tiempo, Trump inició un proceso de renuncia a toda responsabilidad. Primero, dejó que los estados buscaran la forma de resolver la situación por cuenta propia, y ahora que el país está regresando a sus actividades, la forma en que ocurran las cosas será responsabilidad de nosotros. Según la administración de Trump, si decides ignorar los lineamientos sobre el distanciamiento social y no ocupas una mascarilla facial en lugares públicos, y te enfermas y mueres, esto será tu culpa.
Lo que se ha expuesto es la anarquía de la producción y la anarquía del mercado. Los estados y las municipalidades han tenido que enfrentarse entre sí para competir desesperadamente por la obtención de mascarillas faciales, equipo de protección personal y pruebas del virus. Este proceso se exacerbó debido a que el gobierno se rehusó a obtener el equipo necesario en la cadena global de suministros, insistiendo de que todo debía fabricarse en los Estados Unidos. Así que, si bien diversas empresas estadounidenses estaban dedicando suficiente tiempo para acelerar la producción, se puso en mayor riesgo la vida de los trabadores de primera línea.
Ahora, unas 14 empresas estadounidenses, tales como Johnson & Johnson, Regeneron, Genetech, Merck y Moderna, se han dado a la tarea de ver cuál de estas será la primera en desarrollar la vacuna. Muchas perderán y solo una ganará la competencia. Pero la que gane se hará muy rica. De alguna forma, el propósito de obtener una cura que funcione y sea segura para todas las personas se ha ido perdiendo en este proceso de búsqueda. Lo único que importa es la rentabilidad. Las corporaciones ganan, mientras que la gente pierde.
Las 20 cadenas de hospitales más grandes y rentables del país han recibido más de $72 billones de dólares en rescates financieros, provenientes de un programa de estímulo. Por ejemplo, el sistema hospitalario Providence ya estaba obteniendo más de $10 billones en ganancias y ahora está usando los fondos del rescate financiero para aumentar sus finanzas y rentabilidad al invertir en fondos de cobertura, capital de riesgo y fondos de capital privado.
Lo que no queda claro para todos aquellos que se atrevan a observar lo que está pasando es que el imperio, la clase dominante, no puede ofrecer mucho. Un gobierno que funciona en torno a sus intereses es fundamentalmente lo opuesto a los intereses de los trabajadores, especialmente ese segmento que está siendo desplazado por la nueva tecnología. Y mientras planteamos todo esto, la clase gobernante ya está pensando a futuro. Su respuesta a la crisis es redoblar esfuerzos en el proceso de reemplazar a los trabajadores con la producción automatizada en todo nivel de la economía. Ya no se recuperarán muchos de los puestos de empleo que se han perdido. ¿Y qué sucederá con aquellas personas que tienen poco o nada de dinero para sobrevivir? La clase dominante no tiene una respuesta.
Esta nueva clase está siendo desplazada en cantidades récord en medio de esta pandemia y las cosas no van a mejorar. Desde el gobernador Newsom de California hasta el gobernador Cuomo de Nueva York, y todos los gobernadores del sur, se observa que en sus estados se están realizando recortes drásticos al presupuesto de servicios sociales básicos.
El emperador no tiene ropa. El imperio no tiene ropa.
Queda en nosotros, en nuestra clase, empezar a dar respuesta a nuestras propias preguntas. Ya no regresaremos a la normalidad. La continuación de un gobierno en manos de la clase dominante no es un gobierno al servicio de los intereses del pueblo. Como respuesta a la crisis, nuestra clase está surgiendo como una gran fuerza social, la cual está exigiendo que el gobierno ya no funcione al servicio de la clase gobernante. Este es el paso necesario para que dé inicio el proceso de transformación de la sociedad y del gobierno, a fin de satisfacer las demandas y las necesidades básicas de nuestra nueva clase. Esta es la única forma de continuar. Pero si eso es lo que debe hacerse, está en nosotros lograr que se materialice.