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La unidad es la única vía para avanzar, ya que tanto los trabajadores inmigrantes como los obreros nacidos en los Estados Unidos hacen frente a un enemigo en común

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A medida que se va desentrañando el medio con el que históricamente los capitalistas han controlado a la clase obrera de los Estados Unidos, los mismos deben destruir el naciente movimiento de esta clase antes que tome conciencia de sí misma y se una para luchar por sus propios intereses. Para lograrlo, la clase capitalista utiliza formas que han evolucionado históricamente, para así dividir y conquistar al emergente movimiento y moldearlo según sus intereses.

El asunto migratorio ha sido una de las poderosas armas dentro del arsenal capitalista de este país. En el contexto actual, el fin que han declarado es detener la afluencia de inmigrantes ilegales y evitar los ataques terroristas en la zona continental de los Estados Unidos. Sin embargo, el verdadero objetivo es controlar a la clase obrera estadounidense en general para lograr los propósitos que los capitalistas se han trazado. El reto para los trabajadores inmigrantes, tanto los residentes legales como los indocumentados, al igual que de la clase obrera estadounidense en general, de la cual aquellos también forman parte, es reconocer que la base de su unidad gira en torno a la lucha mutua para ganarse el pan de cada día.

Se desentraña una estrategia de control

Actualmente, los capitalistas están librando una lucha de vida o muerte por su supervivencia y sus medios históricos de control están siendo amenazados.

Históricamente, los obreros empleados de forma estable en la industria pesada, concentrada en el denominado Cinturón del Óxido —Indiana, Ohio, Michigan y la región de los Grandes Lagos— han sido los pilares que dan fuerza e impulsan al capitalismo. Los obreros y sus sindicatos en esta área han ejercido una tremenda influencia social y política sobre los trabajadores del resto del país. El control de los capitalistas estadounidenses sobre este sector estratégico fué un aspecto crucial para la obtención de grandes ganancias y su expansión en los ámbitos nacional e internacional. El soborno social y un nivel más alto de vida garantizaron la lealtad de estos obreros hacia la clase capitalista. Sin embargo, actualmente, los capitalistas están abandonando y descartando a estos obreros.

La implementación de la tecnología en manos de propiedad privada que reemplaza la mano de obra en todas las industrias está creando un nivel de pobreza y de miseria sin precedentes en todo el país, lo cual incluye al Cinturón del Óxido. De esta destrucción está surgiendo una nueva clase cuya apremiante situación económica común se está extendiendo a lo largo de las que antes fueran líneas divisorias, las cuales incluyen el color y el origen nacional, y es la base para lograr su unidad como clase.

El surgimiento de esta nueva clase – aunque todavía está dispersa y no se ha dado cuenta de sus intereses en común – se ha transformado en una debilidad del control de los capitalistas, en especial dentro del anterior punto de apoyo político de la clase obrera industrial del Cinturón del Óxido.

Los capitalistas deben buscar medios para disciplinar y controlar a los obreros estadounidenses en un mundo en el que ya no se necesita la mano de obra y la carestía es la norma general. Los capitalistas deben buscar los medios necesarios para lograr que los obreros acepten su papel en un nuevo orden mundial que preserva la propiedad privada para los capitalistas y apoya al Estado norteamericano, a medida que compite por su supremacía como la única superpotencia en un mundo geopolítico cada vez más peligroso e inestable.

Compartiendo una apremiante situación económica

Ya sea que lo sepan o no, los trabajadores inmigrantes —tanto los residentes legales como los indocumentados – y los que han nacido en los Estados Unidos están unidos como víctimas del sistema capitalista, ya que sufren los efectos de la tecnología que reemplaza a la mano de obra, a medida que se va implementando en todo el mundo, y resultan afectados por las mismas políticas y acuerdos de comercio internacional dentro de una economía mundial cada vez más integrada.

Los capitalistas promueven el libre comercio. Se eliminan los aranceles proteccionistas al comercio y los subsidios agrícolas en países como México, con lo cual se promueve la libre afluencia de inversión de capital y la mano de obra barata, mientras que los pequeños productores y propietarios de tierra, que no pueden competir con el maíz más barato proveniente de las gigantescas granjas del medio oeste de los Estados Unidos, se van a la bancarrota. Los acuerdos comerciales– tales como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN, o NAFTA por sus siglas en inglés) y el Tratado de Libre Comercio entre los Estados Unidos, Centroamérica y la República Dominicana (CAFTA-RD) – y las políticas del Fondo Monetario Internacional (FMI) están destruyendo las economías y miles de personas están perdiendo sus medios de sustento. Los obreros se ven obligados a emigrar para lograr su propia sobrevivencia y la de los familiares que dejan atras sus países. Una vez que llegan a los Estados Unidos, se denigra a estos trabajadores desplazados, mientras que su condición como inmigrantes ilegales permite que se les explote como mano de obra barata que se puede deportar fácilmente.

Estas políticas han servido para debilitar y demonizar a un Estado benefactor [welfare state en ingles], tanto en los países remitentes como en los Estados Unidos, mientras se desarraiga a los obreros y se intensifica la competencia entre ellos para poder sobrevivir.

Aún los obreros nacidos en los Estados Unidos, desplazados por los despidos y la clausura de las plantas industriales, se ven obligados a deambular por el país como migrantes internos, lo cual evoca a los vagabundos de la década de los 30 y a los aparceros desplazados del sur de la década de los 40 que, obligados a dejar sus tierras debido a la mecanización de la agricultura después de la Segunda Guerra Mundial, se trasladaron a las zonas del norte.

Actualmente, los obreros nacidos en los Estados Unidos están enfrentando la indiferencia gubernamental y el tratamiento cruel y abusivo que, por lo general, se había reservado para los obreros inmigrantes. Así lo manifestó públicamente el miembro republicano de la Asamblea Estatal de California en una declaración al boletín informativo Orange County Progressive en mayo de este año. “Cuando tienes una tasa de desempleo tan alta como en este estado (California), ello debería ser un indicio para que la gente busque trabajo en otros estados que ofrezcan más empleos y el costo de vida sea más bajo… Durante años, en este estado hemos aplicado políticas que subsidian la pobreza, pero ya no podemos seguir haciéndolo”.

Ya sea que lo sepan o no, la realidad es que, con cada vez mayor frecuencia, se está empujando a todos los obreros – sin importar su color, género u origen nacional – a vivir dentro de un mismo nivel económico y, como tal, comparten intereses comunes de clase. Los capitalistas ya están demostrando que no escatimarán en la aplicación de medidas para evitar que esta clase en desarrollo pueda reconocer esos intereses que tienen en común.

Un arma contra los inmigrantes

Los capitalistas siempre han sido muy ávidos en valerse del arma que representa la histeria contra los inmigrantes en tiempos de crisis económica. Una vez más, los inmigrantes, especialmente los indocumentados, son un chivo expiatorio muy conveniente para dividir a la clase.

Se ha catalogado a los inmigrantes indocumentados como terroristas, traficantes de drogas, personas que viven a costa de los servicios sociales y, más recientemente, como portadores de la gripe porcina, en una sucesión muy rápida, como para explorar e indagar qué categorización funciona mejor para denigrarlos. Las deportaciones, las humillaciones y las muertes que ocurren en el desierto a lo largo de las fronteras son algo común. En California, se niega a los indocumentados el acceso a la atención de la salud, a medida que, citando como justificación el enorme déficit presupuestario, cada uno de los condados va reduciendo la cobertura de estos servicios.

Mediante una maniobra cuidadosamente ideada, la indignación y la desesperanza de la nación a raíz del ataque con bombas al World Trade Center el 11 de setiembre del 2001, se convirtió en una guerra perpetua en el exterior y aumentó la vigilancia y la represión interna a través de medidas tales como la denominada Ley Patriótica (Patriot Act). Un elemento que formó parte de todo esto fue la relación intencional dentro de la psiquis estadounidense de las personas indocumentadas con el terrorismo, a pesar de que quienes perpetraron el ataque el 11 de setiembre tenían visas válidas para permanecer en los Estados Unidos y, hasta la fecha, ninguna persona acusada de terrorismo ha cruzado la frontera ilegalmente desde México.

Esto ayudó a establecer un clima en el que se está aceptando la militarización de las políticas migratorias. Por ejemplo, se abolió el Servicio de Inmigración y Naturalización (INS, por sus siglas en inglés) —que antes estaba bajo la jurisdicción del Departamento de Justicia— y los asuntos migratorios comenzaron a guardar una relación más estrecha con el antiterrorismo y se transfirieron al Departamento de Seguridad Interna (DHS, por sus siglas en inglés). La rama principal de esta política es el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de los Estados Unidos (ICE, por sus siglas en inglés), que también es la sección investigativa más grande del Departamento de Seguridad Interna, con amplios poderes para investigar, arrestar, deportar o enjuiciar a cualquier persona que se considere como una posible amenaza. La conducta y las actividades del ICE tienen muy pocas restricciones o ninguna del todo.

Esto no sucedió así por casualidad. Lo que se está instituyendo es la base para controlar a todos los estadounidenses cuando así se requiera. Las prisiones administradas por empresas privadas y que ahora mantienen cautivos a los indocumentados pueden transformarse rápidamente en prisiones para detener a los propios ciudadanos estadounidenses, a medida que la dispersa oposición a los planes de los capitalistas se transforma en disturbios internos. Se está enseñando a los estadounidenses a renunciar a sus derechos frente a los intereses de la seguridad nacional.

La guerra contra las drogas en México intensifica aún más esta dinámica. Por un lado, esta guerra demoniza a los inmigrantes indocumentados como traficantes o vendedores de drogas, con lo cual se les aliena aún más. Por otra parte, esta guerra permite que el gobierno mexicano silencie los disturbios dentro de sus propias fronteras, ya sea directamente a través de sus militares, tal como sucede actualmente, o con la ayuda de las tropas estadounidenses. A diferencia de la década de los 30, los inmigrantes deportados no tienen una parcela a la cual regresar para dedicarse a las tareas agrícolas. Se enfrentará la presión originada por los disturbios sociales con medidas muy severas.

Los Estados Unidos cuenta con un largo historial de intervenciones en México y en el resto de América Latina —por ejemplo, la guerra entre este país y México en la década de 1840, la intervención durante la Revolución Mexicana en 1910, el apoyo de los Estados Unidos a la represión del gobierno mexicano en 1994 debido a la rebelión de Chiapas, la intervención estadounidense contra el gobierno sandinista en Nicaragua, y su papel en las guerras civiles en El Salvador y en Guatemala, entre otros. Los Estados Unidos no dudará en hacerlo nuevamente si se propaga una revolución a lo largo de sus fronteras con México.

La unidad de todos

Es muy poco probable que en el contexto actual se aborden de forma justa las demandas del movimiento migratorio. Quienes defienden la inmigración tenían la esperanza que la nueva administración detendría las redadas y prepararía el terreno para la legalización de quienes se encuentran en los Estados Unidos. Sin embargo, el nombramiento de Janet Napolitano como directora del Departamento de Seguridad Nacional por parte del Presidente, no deja duda alguna que continuarán llevando a cabo las redadas.

En los sombríos y tumultuosos tiempos que se avecinan, tanto los trabajadores nacidos en los Estados Unidos como los inmigrantes enfrentarán decisiones muy difíciles. ¿Le darán la espalda a aquellos con quienes comparten intereses en común? ¿O tendrán presentes los intereses de clase que los unen (la demanda que comparten por las necesidades básicas de la vida y un futuro más digno para sus hijos, lo cual representó en algún momento el sueño americano)?

Esta demanda – esta necesidad – no conoce de colores o fronteras nacionales. Los medios modernos de producción ya han logrado que sea posible un mundo de abundancia. Pero el hecho de mantener esta abundancia sólo como propiedad privada no permite que la sociedad en general se pueda beneficiar. De hecho, los medios modernos de producción han eliminado todos los obstáculos anteriores, a excepción de las barreras artificiales de la propiedad privada.

El rumbo que proponen los capitalistas no es natural. Durante mucho tiempo, los inmigrantes han formado parte integral de la clase obrera de los Estados Unidos. Ola tras ola de inmigrantes provenientes de todos los países del mundo han construido este país y continúan contribuyendo a su desarrollo a través de su trabajo en las minas, en los molinos y en las fábricas de los Estados Unidos. Los inmigrantes irlandeses y alemanes lucharon y murieron durante la Guerra Civil. Los inmigrantes fueron parte del liderazgo de la lucha obrera en Chicago en 1886, mediante la cual se logró la instauración de jornadas laborales de ocho horas diarias. Actualmente, los inmigrantes son parte integral de la sociedad y de la estructura familiar de los Estados Unidos, al igual que algunos de los luchadores más resueltos dentro del movimiento obrero.

Para velar por su propia supervivencia, la clase capitalista está preparada para destruir todo lo que ha hecho que este país sea un faro que ilumina a todo el mundo. Los tiempos exigen que tomemos una decisión. O permitimos que los capitalistas, sus empresas y corporaciones establezcan un Estado gendarme que salvaguarde su dinero y su control, y que logren que nos enfrentemos entre sí, o bien, buscamos formas de unirnos como una clase que va más allá de las fronteras y nos hacemos cargo de lo que se produce para el bien de todos.

Septembre.2009.Vol19.Ed5
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