Con el asombroso desarrollo del conocimiento humano, parece imposible que tantos mueran por Covid-19. En EE.UU. para principios de febrero más de 900,000 personas han fallecido, y en el mundo unos 5.7 millones. De nuevo aumenta el número de casos y muertes mientras surgen nuevas variantes del virus. Y, ¿por qué será que han muerto más personas por coronavirus en EE.UU., el segundo país más próspero, que en cualquier otro país?
Esta porción desmedida de muertes por coronavirus en EE.UU. se debe a una clase gobernante dispuesta a ver perecer cientos de miles de personas que ya no le rinden ganancias.
La pandemia más devastadora en los últimos tiempos coincide con la formación de una nueva clase social, la cual emergió de los que trabajaban en la tierra, las minas y las acerías, las plantas automotrices y de procesado de alimentos y en todas las ramas de la economía de que depende la industria. Emergió de los millones que perdieron el empleo que cubría su alimentación, la ropa, el alquiler o costo de una casa y los que pasaron de la desocupación parcial al desempleo permanente. La pandemia estalla mientras la economía mundial se transforma de una economía fundada en la labor humana a una basada en la producción electrónica y la inteligencia artificial, una nueva economía que en gran parte prescinde del trabajo humano.
La gran mayoría de nosotros pertenecemos, o estamos en vías de pertenecer, a esta nueva clase social. La pandemia hace aún más urgente que comprendamos la importancia de esta clase en desarrollo. Es alarmante el ritmo a que la nueva clase se ve marginada, echada fuera y descartada con la devastación de la economía. Al ir destrozando vidas el coronavirus y la economía en transformación, se abandonan vastas zonas del país.
Los trabajadores de Estados Unidos no solo se empobrecen, sino que se ven descartados. No se puede conciliar su gran necesidad con la enorme acumulación de riqueza en manos de las corporaciones y un gobierno que cada vez más abiertamente representa y asegura los intereses corporativos. Esta clase dirigente es dueña de todo fuera del alcance de la gran mayoría de la sociedad y defenderá su riqueza a toda costa.
Enfrentamos el gran reto de cómo luchar por un futuro diferente, fundamentado en la organización de la economía por el bien de toda la sociedad. Unámonos con la familia cuyo padre le trenzó el pelo a la hija antes de irse a la escuela y murió de Covid-19, con la del hijo muerto a tiros por la policía sólo por quedarse dormido en su carro, con aquellos que han perdido un ser querido por la crisis de opioides, con la madre separada de sus hijos en la frontera, con los que no tienen hogar—con nuestra clase social. Unámonos a las luchas contra la brutalidad y la violencia policiales, por la vivienda, la educación, la atención médica y la cultura con esta visión: la transferencia de la propiedad de la tecnología—los medios de producir nuestras necesidades—de manos privadas al dominio público. Con esta unidad y esta visión, el futuro será nuestro.